6/9/11

El rincón de Chechu: Bailar bajo los árboles

Cuando el tiempo transcurre paralelo, la vida que uno lleva al otro lado del mundo se solapa con la vida antigua, alejada; se topa de vez en cuando con esa que nos ha hecho ser lo que somos y que nos ha lanzado hacia donde estamos. Con esa otra que parece aparcada y que es la real, la auténtica. Creemos cuando viajamos y estamos lejos que buceamos en un paréntesis, en una pequeña brecha que nos permite crecer y conocer mientras los otros, esas personas que siempre han sido nuestras porque son las que más queremos, nos esperan. Pero nada más distinto, nada más distante de la realidad: en verdad los tiempos no se solapan ni nos cobijamos en una burbuja para volver hechos más hombres a lo que hemos dejado atrás. La vida, la nuestra y la de todos esos de los que nos hemos apartado, sigue siendo la misma y sigue avanzando implacable. Y nos damos cuenta cuando volvemos -buenos días a todos, ya estoy aquí otra vez- de que el mundo sigue cambiando y de que sólo es la luz la que parece distinta allá, en el otro lado del mundo. Volver, como dice la canción, con la frente marchita, las arrugas del tiempo platearon mi sien. Y también, iluso de mí, las de todos ustedes.

A este pensamiento le doy vueltas ahora, aquí frente a mi antigua pantalla, sentado en mi silla negra delante de la ventana verde -esa, recordarán, desde la que se ven los árboles-, escribiendo como solía día sí día también, y una vez a la semana en esta página maravillosa. Ya no soy el mismo porque sigue pasando el tiempo. Ya no es el mismo viento este que mueve las hojas, y quizá no sean iguales las miradas que ahora se posan en estas palabras. Pero bueno. Basta ya de reflexiones. Hoy les quiero hablar sobre dos películas diferentes, tan distantes en el tiempo y en la temática, en la forma de traducir la vida y en el ideario de sus autores, tan explícitamente opuestas en el carácter visual y estético, tan extrañas, inconexas, que acabaron siendo para mí verdaderas hermanas y acabaron haciéndome sentir las mismas emociones. Hoy les traigo aquí en primicia The Tree of Life -Toronto, viaje, distinta luz por las mañanas- y les acerco también el oscuro y pesimista clásico Danzad, danzad, malditos.

Badlands 
Recordarán ustedes a Terrence Malick, ese independiente autor americano que sacudió los cimientos de la inocencia con Malas tierras, mostrando a un Martin Sheen de ojos de gato, asustado por la vida y agazapado para defenderse de la forma más brutal y violenta, con la candidez de un niño al mirar el desierto, al bailar con Sissy Spacek frente a la luz fría de los faros de un coche, y con el corazón negro y el arrojo, la despreocupación por la muerte necesarias para asesinar, para escapar, para sentir cómo el peligro lo besa en la boca. Luego está también La delgada línea roja, análisis de la guerra más descarnada y auténtica mezclado con las canciones puras de los niños nativos, con la congoja del soldado que siente amor, compasión, en fin, lo peor y lo mejor, el cruce de caminos donde el hombre se encuentra con el hombre y se desata la lucha.

Poster El arbol de la vidaEn esta nueva Palma de Oro no cambia la perspectiva. Malick se ha  propuesto llevar su ideario a lo total, generalizar su cine de la forma más atrevida y arriesgada que he visto nunca en una pantalla. Cogiendo los ingredientes que siempre ha tratado de forma distinta y fragmentada, concreta, se ha embarcado en un guion titánico -no por diálogos, apenas hay unas cuantas palabras- que no es un drama, ni es una comedia, ni es cine de género ni es nada que se pueda clasificar. Terrence Malick ha querido ir más allá, llegar más lejos de lo que nadie había conseguido llegar y dar respuesta a las tres eternas preguntas del hombre: ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? No voy a contarles en qué punto de la Historia comienza la película, ya que cada uno debe ser libre de descubrirlo en su butaca –de hecho, al principio se sorprenderán intentando descifrarlo sin demasiado éxito-, de verlo con sus propios ojos y de reflexionar sobre ello después; tampoco voy a decirles dónde desemboca ese torrente bello y poético de imágenes y luz que es The Tree of Life. Pero sí les diré algo a todos aquellos que se hayan dejado maravillar por la majestuosidad, la belleza y la filosofía de 2001: Una odisea del espacio: aunque el tratamiento y el ideario de ambas cintas no sea el mismo, coinciden en el objetivo final para el que fueron creadas. De todas formas, la película de Malick no funciona en su totalidad. Pese a las altas miras a las que aspira, alberga algún que otro momento de espantoso ridículo, el espectador intenta de vez en cuando vencer a ese enemigo eterno del mal cine que son las cabezadas y el sueño, y termina dejando en los paladares cierta sensación de incoherencia, de pretenciosidad, de desarrollo mal estructurado, de flojera narrativa. Pero a pesar de esto, dudo que Brad Pitt sea capaz de volver a construir un personaje tan contenido y poderoso como el que interpreta aquí, las emociones que transmiten los primeros treinta minutos son absolutamente punzantes y dolorosas, y no he visto jamás algo más parecido a poesía cinematográfica, con esas imágenes luminosas, verdes y amarillas, esos contraluces estremecedores y esa amplitud y sosiego que transmite cada uno de los planos exteriores. Uno sale del cine sintiendo todo esto y más, sintiendo que este cóctel arriesgado y lento que acaba de ver le devuelve la esperanza y lo llena, sin haberse dado cuenta, del indescriptible rumor de la redención.

The Tree of Life

Poster Danzad malditos danzad Y nada más contrario, más diferente que Danzad, danzad, malditos. Basada en la novela They Shoot Horses, Don’t They? de Horace McCoy, este clásico opresor y denso de Sydney Pollack nos lleva hasta la más desgraciada naturaleza humana, hasta los fondos de la miseria y la crueldad de una forma original y un tanto extraña: un concurso de baile en el que los participantes tienen que aguantar semanas danzando, superando pruebas físicas y penalidades, para conseguir mil quinientos dólares. Ambientada en la época de la gran depresión, los concursantes son parejas de chicos y chicas jóvenes, hambrientos, desamparados, perdidos en un mundo que los desplaza y que los aniquila sin darles la oportunidad de vivir dignamente, víctimas de un sistema global y lejano que los ha dejado en harapos, sucios y sin valor, animalizados al extremo por la necesidad acuciante de vencer el hambre y la muerte. Así, y con una estremecedora y demacrada Jane Fonda, vamos sumergiéndonos en las caras rojas y gordas de los ricos que acuden a ver el espectáculo, que se mofan de la desgracia y de las penurias de los participantes, que ríen, ajenos al dolor, ante la más cruel y ruin de las situaciones: la desintegración del hombre y la pérdida de la dignidad. Y llegamos al final igual que los protagonistas: cansados, hundidos, destrozados, deseando morir porque la vida no ofrece una alternativa mejor.

Danzad malditos danzad 
El final de El árbol de la vida hizo que saliera del cine reconfortado bajo el calor húmedo de Canadá, que me diera cuenta de que los días no se detienen ni abren paréntesis para crecer, para madurar, por muy lejos que nos vayamos y por mucho tiempo que pasemos sin ver nuestras rutinas reales; me hizo ver que el tiempo transcurre para todos, igual en un lado del mundo que en el otro, y que lentamente acaba desembocando en el mar que nos reúne. Y ya de nuevo en casa vi la película de Pollack con una de esas personas de las que hablaba, de las que son mías porque las quiero y me quieren, y aun con todo el pesimismo de la pantalla, con toda la miseria y la crueldad, con la muerte amenazando como mejor solución ante una vida que aplasta, me sentí esperanzado y feliz. Tranquilo, contento, seguro de que el tiempo no se detiene para nadie y de que mis vivencias y las suyas, tan lejanas, separadas por tanto mar y por tanto cielo, nos habían llevado hasta allí. Sentir su respiración, agarrar su cintura de nuevo, tenerla allí conmigo después de tantos días y de tantas noches. Por eso me dio igual aquella danza infinita que sólo podía llevar a la muerte, aquella desintegración de la esperanza y de los sueños porque yo, yo con ella, había vuelto al fin para bailar bajo los árboles.

3 comentarios:

Cachetón dijo...

El inexorable paso del tiempo. Es implacable, no se detiene y de su curso no se libra nadie. Cada vivencia, cada acto, te hace sumar una experiencia más y esas experiencias te van cambiando, te hacen evolucionar estés donde estés.

¡Qué ganas de ver El árbol de la vida! es el peliculón del mes sin ninguna duda, lástima que en España hayamos tenido que esperar hasta el 16 de septiembre para verla, el tiempo es caprichoso, ya te contaré que me parece cuando la vea.

Bienvenido de nuevo a la carretera Chechu, por lo que veo estás en plena forma.

Un abrazo.

Chechinho dijo...

Cachetín, espero que éste no sea su último comentario.

Creo que se va usted a llevar un pequeño chasco con The Tree of Life. No es tan buena como la pinto... creo que le puse un 6.

¡Un abrazo!

Miguel dijo...

Vin a peli e teño que dicir que é a mellor colección de fondos de pantalla que vin na miña vida. :-P Ese é todo o meu comentário xD -En realidade non, pero non sei moi ben que pensar desta peli-.