4/2/17

Los domingos ya no existen

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Dir.: Xavier Dolan
Int.: Nathalie Baye, Vincent Cassel, Marion Cotillard, Lea Seydoux, Gaspard Ulliel
¿De qué va?: Tras doce años de ausencia, un escritor regresa a su pueblo natal para anunciar a su familia que se está muriendo. A medida que el resentimiento reescribe el transcurso de la tarde, los conflictos se desatan alimentados por la duda y la soledad.

Reseña: Los amigos se eligen, la familia no. Ante este panorama, unos optan por abandonar el nido lo antes posible y volar muy, muy lejos, en pos de encontrarse a uno mismo sin la presión que puede ejercer la familia. Pero por mucho que uno desee distanciarse, las vivencias, los traumas, los conflictos, el amor o el odio son cosas de las que nunca se puede escapar del todo. Tras rendir cuentas sobre las co-dependientes y asfixiantes relaciones maternofiliales en la catártica Yo maté a mi madre (2009) y en la desbordante Mommy (2014), Xavier Dolan amplía el espectro para abarcar la incomprensión de una unidad familiar que se hizo añicos cuando el hijo mediano salió por la puerta y no miró atrás… hasta que su nueva situación personal exige que se produzca el postergado regreso.

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Es entonces cuando Louis aterriza en una casa desconocida, en la que todas sus cosas se encuentran apiladas en un desván, y donde se reencuentra con una madre esperpéntica, una hermana menor a la que no conoce, un hermano mayor grosero y malhumorado y una cuñada con la que podría tener el entendimiento que jamás ha sentido con nadie de su familia. Nunca sabemos a ciencia cierta cuál fue el detonante de la marcha de Louis, pero sí que percibimos su sensación de extrañeza y desconexión con unos parientes que, en realidad, están pidiendo a gritos un cariño que él les ha negado en los últimos doce años, comunicándose con ellos a través de postales rellenas de palabras vacías. ¿Es Louis la víctima o el verdugo de su familia? Podría decirse que él es víctima de sí mismo, de su velada altanería respecto a los suyos y su incapacidad de incomunicarse con unas personas que no hacen otra cosa que idolatrarlo por mucho que él les deprecie.

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Dolan esquiva la rigidez de la que suele adolecer el cine que versiona al teatro introduciendo esos eclécticos momentos de música pop tan característicos de él y creando una atmósfera asfixiante que intercambia los planos generales y de situación (jamás tenemos una noción real de cómo es la casa) por unos primerísimos primeros planos que invaden el rostro de sus actores, hasta tal punto que parece que la lente de la cámara va a rozar las gotas de sudor que les bajan por la frente. Asimismo, Dolan juega sobre seguro con un elenco de qualité que lo clava cuando tiene que gritar o soltar un largo monólogo y, más complicado aún, cuando tiene que expresar todo lo que se les pasa por la cabeza pero que no se atreven a verbalizar. Si bien Vincent Cassel acaba resultando bastante cansino por el carácter desagradable y violento de su personaje, se establece un bonito contraste entre su dureza y el candor y la sencillez que transmite una Marion Cotillard bellísima en su aparente fragilidad.

Solo el fin del mundo

Solo el fin del mundo cumple con aquella máxima de que el cine debe ser capaz de despertar en el espectador emociones genuinas. Película de contrastes, es capaz de provocar tanto el hartazgo en el espectador como una genuina y desasosegante conexión emocional con esa manada de animales heridos que es incapaz de vencer el miedo y el orgullo para decirse unas pocas palabras, suficientes para cimentar su sanación. El film se deja querer a través de sus imperfecciones, grietas, excesos y momentos íntimos, frutos del dolor y el amor que subyace debajo de las broncas, los encuentros y los desencuentros de una familia más cotidiana de lo que nos gustaría creer.

8/10

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