13/12/18

Suspiria – Bailar en el averno

Poster Suspiria

Dir.: Luca Guadagnino
Int.: Dakota Johnson, Tilda Swinton, Mia Goth, Chloë Grace Moretz, Sylvie Testud, Angela Winkler, Malgorzata Bela, Jessica Harper
¿De qué va?: La oscuridad se arremolina en un centro de danza de renombre mundial, alcanzando a la directora artística, a una ambiciosa bailarina y a un psicoterapeuta en duelo. Algunos sucumbirán a la pesadilla. Otros finalmente despertarán.

Reseña: Normalmente los remakes están concebidos a raíz de la pereza. La pereza de los estudios por buscar ideas originales para atraer a los espectadores al cine, así como el convencimiento de que estos últimos son demasiado vagos como para ver películas hechas al otro lado del mundo o antiguas. Y es que es tan triste como cierto que buena parte del público considera viejas y desdeñables a las películas hechas hace más de uno o dos años. Es probable que el remake de Suspiria (1977), una de las obras capitales del giallo, haya sido planteado en un principio como una mera modernización del cuento de terror gótico de Dario Argento, pero nadie contaba con que Luca Guadagnino acabaría al mando de él para destrozarlo a martillazos y prenderle fuego para recomponerlo a su manera.

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Poco tiene que ver la Suspiria de Guadagnino con la de Argento. Ni en el plano estético ni en el argumental. Aquella era colores primarios y saturados y esta es gris y marrón. La banda sonora setentera y diabólica ha mutado en los acordes melancólicos de Thom Yorke. La academia de aquel entonces era de danza clásica y se encontraba en un bosque, la de ahora es baile contemporáneo y está situada frente al muro de Berlín. La nueva ubicación no es casual: Guadagnino ambienta la película en el año en el que se estrenó la original y repara en el tormentoso clima político que se vivía en Alemania por aquel entonces, a través de las noticias de la radio y estableciendo un paralelismo entre el país y la propia academia, donde también hay dos bandos que se disputan el control del lugar. Guadagnino quiere abarcar demasiadas cosas, se las arregla para ser sobreexplicado y confuso al mismo tiempo, dilatando el metraje hasta las dos horas y media (53 minutos más que la original), pero las imágenes resultan tan evocadoras e hipnóticas que es imposible apartar la mirada aunque estemos presenciando algo profundamente perturbador.

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El cambio de estilo de danza sienta de fábula a la historia porque aquí el baile está mejor ensamblado en la historia, concebido como una invocación a la par de un exorcismo de instintos primigenios y de búsqueda y encuentro de la identidad auténtica. Como en Cisne negro (2011), la perfección se alcanza entregándose a la danza sin recelos, firmando un pacto con el diablo. De esa idea surge la que probablemente sea una de las mejores y más terroríficas escenas del año: la prueba de Susie Bannion (Dakota Johnson) para el papel protagoniza de la pieza que prepara la academia. Guadagnino da en el clavo al confiar el liderazgo del reparto femenino del film a sus dos musas, Tilda Swinton y Dakota Johnson, y aunque el afán de la primera por el transformismo puede despistar un poco, el enigmático hechizo en el que están envueltos sus personajes e interpretaciones funciona de principio a fin.

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Suspiria es imperfecta, pero ahí radica su valor y belleza. Es irregular, descompensada, pero no teme caer en el exceso ni en resultar antipática al espectador. Posee un espíritu feminista nada ingenuo, pues de la misma forma que ensalza la sororidad y la maternidad como fuerzas implacables, muestra que las mujeres son capaces de hacer cosas terribles a sus congéneres, de la misma forma que no están exentas de ser corrompidas por las ansias de poder. La ambivalencia de Guadagnino da pie a múltiples interpretaciones sobre la moral que mueve a las gobernantas de esa academia de danza, pero lo que queda claro a través de la triste historia de amor y duelo del psicoterapeuta es que, si la redención no es posible, lo mejor para la culpa y la vergüenza es un cambio de dirección, aunque el pasado y los errores cometidos permanezcan manifiestos, ya sea en la pared de una casa, en el muro que separa un país o en las profundidades de una institución infernal.

7’5/10

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