9/2/18

Dependencias

Poster El hilo invisible


Dir.: Paul Thomas Anderson
Int.: Daniel Dany-Lewis, Lesley Manville, Vicky Krieps
¿De qué va?: En el Londres de los años 50, el modista Reynolds Woodcock y su hermana Cyril son el centro de la moda británica con más glamour. Las mujeres pasan por la vida de Reynolds sin dejar huella, hasta que conoce a una camarera, la joven y temperamental Alma, que acabará convirtiéndose en su musa y amante. Sin embargo, la perfectamente estructurada vida de Reynolds se verá alterada por la llegada de Alma, y eso es algo que el modista no había contemplado.

Reseña: Esto que voy a decir puede ir en contra del dictamen cinéfilo, pero me da igual: me gustaba más el Paul Thomas Anderson de los 90, el de Boogie Nights (1997) y Magnolia (1999), que el de Pozos de ambición (2007) y The Master (2012). Aquellas frenéticas y excesivas películas de sus comienzos despertaban muchas más sensaciones en mí que sus trabajos de madurez, que pueden estar mejor filmados y escritos pero me producen más frío que calor. Su último film, El hilo invisible, continúa la senda gélida de su cine, tras la excepción de la psicotrópica, pero también un pelín desangelada, Puro vicio (2014), aunque es probable que nos encontremos ante la mejor conjunción entre el refinamiento formal del Anderson maduro y la locura argumental del joven… Aunque pensándolo bien, ninguno de los personajes de su filmografía podría considerase normal o mundano.

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La primera mitad de El hilo invisible se desarrolla siguiendo los cánones del romance gótico: Reynolds, un caballero solitario y huraño, se queda prendado de Alma, una humilde plebeya, y decide llevarla a su mansión, donde la convertirá en su musa y amante. La chica queda deslumbrada ante el mundo de alta costura en la que le introduce su enamorado, pero pronto empezará a percatarse de que de ella se espera un determinado comportamiento dócil que no está dispuesta a asumir. Aquí es donde Anderson introduce el primer giro moderno a la premisa clásica de la que ha partido, la insumisión de la “chica florero” desde el primer momento. Reynolds es un señor con un cúmulo de manías y supersticiones, como todos cuando nos vamos haciendo mayores, y no está dispuesto a ceder ante ellos con la llegada de Alma. ¿Por qué debería hacerlo si jamás lo hizo con todas las que estuvieron antes que ella? El modista deja mensajes ocultos entre las costuras de los vestidos que confecciona, intentando dejar algo imperceptible de él en esas mujeres que viste, pero no acepta bajo ningún concepto que nadie haga lo mismo con él, aquejado de una relación truncada con su madre que nunca ha logrado superar.

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Cuando parece que la relación entre Reynolds y Alma no da más de sí,  Anderson revitaliza la narración con otro giro que parte del rechazo de ella a correr el mismo destino que sus predecesoras, mutando la dependencia entre el artista y su musa a la aún más compleja que se establece en una relación romántica, plateando cuestiones sobre la naturaleza del amor, cómo se genera y qué función desempeña en la vida de una pareja. Anderson expone que la alquimia del amor sigue siendo algo inexplicable, que puede producirse de las formas más inesperadas e incomprensibles, pero retorcidamente eficaces. Es fácil rememorar Rebeca (1940), por esos intentos de la recién llegada de introducirse en una casa y un mundo que le son completamente ajenos, pero sobre todo por la presencia de la hermana de Reynolds (magnífica Lesley Manville) que actúa como ama de llaves de su torturada alma, siendo la única capaz de no sentirse acomplejada o inhibida frente a él hasta la irrupción de Alma. Con todo, también me recuerda bastante a Secretary (2002) a la hora de explorar dinámicas poco convencionales en una relación.

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Daniel Day-Lewis se despide (¿definitivamente?) del cine con una interpretación antipática y arrogante que le viene como anillo al dedo, aunque cuando más destaca es en los momentos en los que exterioriza la vulnerabilidad de su personaje, así como aquellos en los que expresa amor y felicidad frente a una actriz desconocida, Vicky Krieps, que aparece en la historia de forma apocopada y torpe para a continuación ganar presencia y protagonismo de forma gradual, comiéndole la tostada (con mantequilla) a su reputado ‘partenaire’. El hilo invisible está bellamente filmada y fotografiada, como cabía esperar de Paul Thomas Anderson, además de estar acompañada por una banda sonora de Jony Greenwood y una dirección de vestuario cautivadoras, pero lo que de verdad convierte esta película en un inesperado placer son las numerosas capas y lecturas que posee una historia que a priori parecía aburrida y sosita. En absoluto. Anderson ya ha dejado atrás el nervio narrativo de sus primeras obras, pero ha llegado a un punto en el que es capaz de combinar clasicismo con modernidad y dar lugar una obra superior a la suma de ambas partes.

8/10


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