17/7/12

El rincón de Chechu: Pobres al ajillo

Entre tanto ladrón, tanto miserable y tanta hostia uno se pasa el día esquivando bombas. En fin, que es abrir un periódico, y automáticamente sufrir arcadas. Eso si no nos agarramos fuerte las bolas, porque de las dos opciones, mejor vomitar en un cubo, al estilo de los Monty Python en El sentido de la vida (el Word me cambia Python por Pitón, quizá dándose cuenta de la genitalidad del tema), que tener que poner la mano ahí, en plan coquilla, para evitar que nos pateen las joyas. Y es que nuestro amado país es, y siempre ha sido, un dechado de verbenas y jolgorio.

El sentido de la vida

Evidentemente, eso ya lo sabía Berlanga en los fifty (seguro que ahora es in decir fifty en lugar de cincuenta, en plan alternative indie rocker gilipoller, así que lo uso; ya saben, para hacer amigos). De todas formas, disculpen si yerro, porque aquí en mi bárbara Galicia, junto al mar, no tengo Internet y no puedo comprobar la fecha exacta de la película Plácido, que vi hace un par de días tumbado a la bartola, después de cenar. Y que me hizo pensar en los pobres, en plan F. C. Barcelona con UNICEF (¿o era Qatar Foundation?).

Poster PlacidoPues lo dicho, que el maestro Berlanga nos pega un absoluto repaso. No sólo por la calidad de su cine, la artesanía magnífica con la que elabora sus guiones, conjuntamente con Azcona, o la lección de narrativa que contiene cada una de sus películas. No sólo por la sabia elección de José Luis López Vázquez, o la fantástica dirección de actores, o todo eso de lo que suelen hablar los críticos. No. Lo que realmente constituye un repaso al espectador del dos mil doce es la punzante lucidez que atesoraba el director para diseccionar la realidad, los vestidos con enaguas, la extrema miseria de un país a la deriva, grande y libre como el mar. La cantidad de cantamañanas y mediocres que tienen la sartén por el mango. Más o menos, lo mismo que ocurre hoy, medio siglo y una espléndida democracia más tarde.

Placido

Porque nada tiene que ver la metáfora gigantesca que es Plácido de la mezquindad y la ignorancia con la solidaridad, como advertirá fácilmente cualquier espectador. Lo que es Plácido, o más bien lo que dice Berlanga en Plácido es, directamente, ‘miren lo ignorantes, egoístas y cazurros que somos, y cuánta mediocridad hay por metro cuadrado en España’. Porque la forma en que el humilde y trabajador Plácido es puteado durante toda la película, la baba que se derrama a los hombres cuando vislumbran el escote de una actrizucha de medio pelo, la mojigatería de ciertas señoras, la ridícula y constante preocupación por la apariencia, por el qué dirán, por el ‘no vayan a pensar ustedes’, la dejadez de los funcionarios, la irresponsabilidad de los banqueros, el inmenso pozo de mierda (y debe ser ya la cuarta vez que uso ‘pozo de mierda’ en esta página para referirme a nosotros mismos) que nos rodea.

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Entonces uno piensa en el gobierno, en don Mariano, piensa en las tasas que suben sin parar, en los parados que suben sin parar (noten la ágil contradicción), en los aplausos del parlamento cuando se le mete al pueblo la espada por el ojete. Piensa en los bancos y las preferentes, en las numerosas patadas en la huevera que el ciudadano medio tiene que soportar, en la injusticia social, el recorte a la sanidad, a la educación, en la caída libre, en la fuga de cerebros (la real, no la estúpida película), en el negro futuro.

Placido3

Y claro. Lo normal sería echarse a la calle y poner el grito en el cielo. Lo normal sería asentir, y decir ‘qué mala suerte tenemos, Paco, cómo nos joden los de arriba. Revoluçao.’ Y lo normal, después de ver Plácido, es reflexionar sobre todos estos conceptos. Pero no, señores. Estamos equivocados. Estamos muy, pero que muy equivocados. Aquí, desde tiempos de Reconquista, somos todos unos cazurros y unos ladrones. Y el pobre come pollo al ajillo porque no tiene caviar. Porque el pobre, si tuviese caviar, o si una revoluçao le diese la oportunidad de tener caviar, sería un gobernante, un banquero, un político o un ejecutivo tan lamentable como los que hay ahora. En el fondo, todos preferimos un buen foi con bogavante, aunque no sepamos qué cojones es, a una cazuela de albóndigas. Y si un buen día surgen las escopetas, y esto cambia en plan Primavera Hispánica, los que se pongan arriba volverán a darnos patadas en los huevos, a reírse de nosotros y a vivir, que son dos días. Lo nuestro no es crisis, es más grave. Es la herencia genética del ‘quítate tú, que me pongo yo’. Y eso, desgraciadamente, no se soluciona ni se solucionará nunca en la puta vida.

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