11/7/12

El rincón de Chechu: Carne de mercado

Si usted va por la calle y, de pronto, un conjunto de personas le pide una copia de las llaves de su casa, no creo que se la diese. Incluso si ese grupo de personas tuviesen la intención de hacerlo para crear un fondo global de seguridad. Para —por ejemplo— mejorar la rapidez y calidad de las intervenciones policiales cuando se sufren robos o secuestros en los hogares. A ver quién es el anormal que regala su privacidad, su más íntimo espacio, a cambio de nada.

Llaves

Pero bueno, un momento. Esas personas pueden ofrecernos algo. No dinero, evidentemente: si nos diesen billetes el mundo entraría en colapso espacio-temporal de la cantidad de gente que aceptaría. No. Un servicio. Por ejemplo —hoy avanzaremos a base de suposiciones— teletransportarnos. ‘Si usted nos da una copia de su llave, señor Martínez, tendrá la posibilidad de que los amigos que elija de entre los cuales nosotros poseamos también la susodicha copia, aparezcan en su casa cuando les dé la gana para tomarse un piscolabis con usted, y su familia, si se da el caso. Por la otra parte, usted podrá hacer exactamente lo mismo con su amigo. Eso sí: no podrá robarse nada, ya que usted podrá proteger sus pertenencias contra sustracciones y copias. Aunque, si así lo desea, tendrá numerosas opciones de clonación y difusión de los objetos que desee. A coste —agárrese los testículos, señor Martínez— cero’.

Los Simpsons

Y el ya real señor Martínez, al que todos hemos cogido cariño a estas alturas del texto, se lo piensa —una décima de segundo— y contesta: ssssí (igual que Homer, cuando le preguntan en el detector de mentiras si ha entendido el procedimiento del interrogatorio). A ver por qué el señor Martínez iba a decir que no ante tamaño avance de la ciencia. Así que pasan los meses, y todos los señores Martínez del mundo adoptan la nueva forma de vida: depositan una copia de sus llaves en la empresa y tienen acceso a un montón de cosas que flipas. No sólo a todas las casas de sus conocidos: también a museos, redacciones de periódicos, estudios de cine porno, bibliotecas, asociaciones gastronómicas, armas ilegales o pederastia, por ejemplo. El mundo es una asociación global de Martíneces con acceso a todo.

mundo conectado

Pero Martínez, no se lo había dicho todavía, tiene un hijo pequeño. Con el cual juega en los columpios los domingos por la tarde. Evidentemente, la habitación del pequeño Juanín no es accesible a los colegas de su padre, ya que Juanín es un menor, y no entra en el trato. Lo que pasa es que Martínez tiene fotos en su salón con Juanín, con su amada esposa y con el perro, Snoopy, bañándose en el mar de Benidorm. Correteando por el prado de los Lagos de Covadonga. O simplemente comiendo calamares en la terraza del bar de la esquina. Y claro. La gente ve a Juanín. Y sabe lo que hace en todo momento. Aunque eso, Juanín, no lo sabe. Y su padre no lo piensa.

Ojo cerraduraLo que tampoco piensa Martínez, porque se le ha olvidado de tanta charla, visita, foto y cotilleo con los coleguitas, es que la empresa aquella que le ofreció todos los servicios también tiene una llave de su casa. Y que puede entrar allí siempre que le apetezca (de hecho lo hace, pero él no se entera). Además, por seguridad, tiene un amplio registro de todos los que visitan su hogar y de todos los lugares que él visita, para mejorar las conexiones, según dicen, en la comunidad global de visitantes y visitados. Graba sus conversaciones para recomendarle nuevos temas, escanea su ropa para avisarlo de qué tiendas tiene a su disposición, registra lo que come para ofrecerle los mejores productos, al mejor precio, y echa un vistazo a sus constipados, a las relaciones amorosas que mantiene con su mujer, a las cosas que le dice al oído a su compañero de empresa cuando el jefe no mira. Al colegio al que va su hijo, y por si acaso (nunca se sabe qué se necesitará, ni cuándo) a su color de ojos.

CapitalismoAsí que bueno, el señor Martínez está cogido por los testículos. Él y todos sus amigos. Es feliz, porque recibe un servicio aparentemente gratuito que le permite compartir su vida, gratis, con quien le salga del ciruelo. No se le ha ocurrido preguntarse cuál es el coste real de lo que está disfrutando, porque, al no afectar a sus ahorros, no importa. Pero es que Martínez es una víctima del sistema capitalista, y ya no puede distinguir si algo cuesta algo cuando no hay dinero de por medio. Martínez, quizá, es mercancía y no lo sabe. El precio, quizá, es el propio Martínez. Y su hijo, Juanín. Eso ya sin contar la cantidad de tiempo que pierde visitando aspectos banales de la vida de sus conocidos, o de la enfermedad psicológica y social que ello implica.

Big Brother Facebook

Alguna vez alguien le habla de estas cuestiones, alguien le pregunta ‘¿Por qué, Martínez? ¿Cuáles son las contrapartidas?’ Pero él lo mira extrañado, con suficiencia, y piensa lo mismo que pensarían ustedes si un grupo de personas les piden por la calle una copia de la llave de su casa. Piensa, seguro de su cordura y afianzado en su humanidad: ‘menudo anormal’. Y claro. C’est la vie. Trust me, dice la empresa. Y va Martínez y trustea. Y vamos todos al Facebook y compartimos en el muro: HOY HE VISTO A UN ANORMAL. Y vamos todos y nos gusta. Porque ya no somos tontos, somos más. Somos carne de mercado. Somos, y no nos damos ni cuenta, El mundo según Google.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Esta es una película que todos conocemos.