14/3/12

El rincón de Chechu: Profundidades

Hablaba mi amigo Jorge, en su artículo sobre El ángel exterminador, de las múltiples visiones que puede tener una película. De su riqueza, en fin, más allá de estéticas o de tramas. Evidentemente, lo que hace grande una obra es la conjunción de muchos factores: en cine, por ejemplo, personajes, historia, conflicto, estética, interpretación, mensaje, y muchos más. Sin embargo me gustaría hablarles hoy, en un tono más distendido, más cotidiano que el de los textos de las semanas pasadas, de la profundidad de lecturas y las ideas que hay detrás de algunas películas actuales. De cintas que han sido muy valoradas por todos, que están teniendo mucho éxito en taquilla y que se revelan como últimas elevaciones del cine.

The Artist

El primer ejemplo es The Artist. No hace falta presentarla: ha arrasado allá por donde ha ido —y ha ido a todas partes—, y ha barrido en los Oscar llevándose el reconocimiento de la industria. Todos ustedes la habrán visto, y probablemente les habrá encantado. A mí también me ha gustado, no se asusten todavía. Pero tengo mis reservas ante el impulso general de encumbrarla a cotas tan altas. Ante todo, es importante tener en cuenta un factor: Hazanavicius ha cosechado tanto éxito apelando a la vieja y manida fórmula de la sorpresa ajena. Sorpresa, porque es un golpe al espectador, algo a lo que no está acostumbrado y que quiebra su rutina cinematográfica: se trata de una película muda. Y ajena porque la manera de sorprender no es original, no es genuina: el cine mudo ha existido ya, y forma parte de la historia cinematográfica. Además, ni siquiera la trama es novedosa: quien haya visto El crepúsculo de los dioses sabe a qué me refiero, actor estrella de cine mudo lo pierde todo por no adaptarse al sonoro. Tenemos pues los ingredientes para soltar un bombazo —o un plumazo, recordarán la escena de la pluma— que haga temblar los cimientos del panorama, aunque la receta no sea nuestra. Patapán.

The Artist2

Pero luego está hacerlo bien, y aquí esto se ha cumplido: el director, los actores, el guion, son buenos y forman una sólida historia de principio a fin. Una línea caliente por la que transcurrir, recordando el nacimiento del cine tal y como lo conocemos hoy, aludiendo a la emotividad del espectador de forma directa. Bravo, pero… ya está. Jean Dujardin es una estrella que va a menos, Berenice Bejo es una muchacha con encanto que triunfa, la vida de uno va hacia el anonimato —fabulosa escena en las escaleras del estudio— y la del otro hacia el cielo. Caminos cruzados. Sin embargo, ¿dónde está Gloria Swanson o Erich Von Stroheim? ¿Cuál es el desmoronamiento real de una persona, su locura, su psicología, toda la profundidad de la depresión y la tristeza, el desarraigo, el dolor y el suicidio? No está en un acelerado final en que casi el hombre se pega un tiro: está en quitar las cerraduras de las puertas para que Swanson no pueda intentarlo. No está en acudir al estreno de tu película y que no haya nadie, mientras el de la nueva estrella está a rebosar, sino que está en la casa salvaje donde crecen malas hierbas, en el proyector privado que pasa una y otra vez las mismas viejas películas delante de tus ojos solitarios y alucinados. No está en reconocer al perro del actor pero no al actor olvidado, está en querer el coche antiguo de la actriz para una nueva película y mantenerla a ella alejada del estudio. Díganme, comparando ambas cintas: una es de dos mil once, la otra de mil novecientos cincuenta. ¿Cuál es original? ¿Cuál es profunda? ¿Cuál tiene más mérito? ¿Cuál es más honesta y desgarradora? Sintiéndolo mucho, The Artist es una buena película, sorprendente, bien escrita e interpretada, bien dirigida, pero está basada en el tópico —en el tópico olvidado, pero tópico a fin de cuentas— y no debería ser más que una obra notable.

George ClooneyEl segundo ejemplo es Los idus de marzo, de George Clooney, recién estrenada en España. A mí los idus me traen especial recuerdo, no por Julio César, sino por La saga/fuga de J. B., novela de Torrente Ballester que está entre mis tres o cuatro libros favoritos, precursor del realismo maravilloso desde la más profunda y antigua Galicia, infravalorada y gigantesca sinfonía que hace que sonría cada vez que algo me la recuerda. Clooney, sin embargo, me provoca espanto, y sigo sin entender qué hace pensar a tanta gente que es un buen actor, si yo le veo cara de palo y el mismo papel en todas las películas que hace, y no me transmite la menor emoción, por mucho que se esfuerce. Algo parecido a Antonio Resines, en otro registro y con otra elegancia, al otro lado del charco.

George Clooney2

Bien. Pues como guionista y director, es bueno. Es decir: sobresale unos centímetros por encima de la olorosa mierda con la que nos bombardea Hollywood semana tras semana, y muestra actitud crítica con su país y con ciertos temas, lo que siempre es de agradecer. Sin embargo, Los idus de marzo es tan consciente de que intenta hacer daño, de que muestra las entrañas miserables del sistema político, que olvida que todos los espectadores saben ya lo que cuenta y olvida también cómo contarlo de manera elegante. Le ocurre lo que a The Artist, pero de otro modo: se apoya en giros argumentales del Cinema Show actual para mostrar la corrupción y hacernos poner la mano en la boca, Oh my goodness, cuando vemos cómo, efectivamente, los políticos son unos hijos de perra y son unos hijos de perra sus asesores. Obvio y redundante, pero con un poco de sal y pimienta de la mano de situaciones morbosillas americanas, por aquello del mira qué malos son, hasta esas cosas provocan. Qué moralidad más bajuna tienen —y este es el error—, y cómo lo sé yo, limpio y ajeno artista, y te lo traduzco para que lo veas tú, ignorante espectador, con los ingredientes adecuados que le dan sabor a la historia.

Los idus de Marzo2

Pues eso. The Artist, película notable, y Los idus de marzo, película interesante, elevadas a los altares del cine. En fin. Será que todo es un charco y que el fondo es de barro, porque nadie se sumerge ni va más allá. Receta de oro: reescribir historias que ya hayan sido contadas y olvidadas. Receta de plata: mostrar en medio de Norteamérica la corrupción, de forma paternalista y sin renunciar a la carnaza. Así se engendra un nuevo cine, un cine rompedor y social, emotivo y clásico, que se reviste de brillos y luces y se considera genialidad en su época, que no tiene nada de nuevo excepto la coyuntura, que no es más que un lujoso barco, decorado en plan vintage, que navega por la superficie de un mar inmenso, profundo, que nadie se molesta ni se molestará nunca en explorar.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

El eterno retorno de lo mismo.

Me quedo con "El crepúsculo de los diosos", obra sobremaneramente increíble de Billy Wilder.

david verde dijo...

Totalmente de acuerdo en lo que respecta a tu comentario de The Artist. La misma sensación.