22/3/11

El rincón de Chechu: Faltan almas, sobran cuerpos

Niebla Alguien me dejó hace unos días la novela Niebla, de Miguel de Unamuno. Era una de esas espinas que tenía clavadas: nunca había leído algo suyo. Pasando delante de su casa aquí en Salamanca, viendo su estatua, respirando en las mismas calles antiguas en las que él respiró y yendo incluso a los mismos cafés que él frecuentó, yo imberbe, desnutrido, caminando en éste mi nuevo hogar sin que sus palabras resonasen en mi cabeza y sin que sus personajes me arañaran el corazón, me sentía envuelto en la ignorancia. Es curioso cómo uno avanza por la vida y cómo se desconocen ciertos libros, ciertos autores mágicos que han estado siempre ahí pero nunca han llegado a tus manos o nunca has tenido la oportunidad de conocer y disfrutar, de bucear en lo más profundo de su alma; y de repente un frío cortante, una acera empedrada o la luz amarillenta que ilumina una catedral te los trae a la memoria y hace que salten ante ti, respetuosos, humildes, eternos desde hace tanto. Eso me pasó en esta ciudad maravillosa con Unamuno: lo puso ante mí sin querer y yo, avergonzado, me apresuré a sumergirme en sus párrafos desconocidos.

Miguel de Unamuno 
Llevaba ya bastantes páginas con Augusto Pérez y sus disertaciones sobre el amor, sobre los paraguas, cuando sucedió lo que a veces sucede al leer un libro prestado: encontré una frase subrayada. Ese momento, simple y fugaz, en que descubres de pronto otros pensamientos y otros latidos que quizá sean iguales a los que estás viviendo tú en ese instante. El viaje atemporal e imborrable de las emociones del antiguo lector, que descubres sin aviso sobre las palabras gastadas y que ayudan, sin que nos demos cuenta, a conocer mejor y un poco más de cerca al que las leyó antes que tú. Sonriendo, miré la frase destacada con lápiz, con ese trazo seguro y recto del que sabe lo que está haciendo, del que contiene sentimientos encendidos. Y ahora de vez en cuando vuelvo atrás a releerla y humilde me mira, respetuosa, eterna, amarillenta como el papel: "Me sobra el cuerpo porque me falta alma."

Poster La dolce vitaEn esto pensaba hace un tiempo, tumbado en cama, tras ver La  Dolce Vita. Un viaje tan largo y agotador sobre los más banales deseos y la más superficial de las existencias deja a uno, cuanto menos, cansado por el resto del día. El poder más certero del cine es precisamente ése: hacer primero que tomes la historia como propia, que te impliques después con los personajes y que al final permanezcas suspendido en el aire, en las horas siguientes que no transcurren, reflexionando sobre lo visto durante toda la vida quizás; que te olvides, en fin, de que es una película y aprendas, y pase ya esa experiencia a formar parte de ti para siempre. Así que en mi habitación dejé resbalar el día; los ojos clavados en el techo, el humo de los cigarrillos ascendiendo en espiral sobre mí, la ventana abierta y el sol lamiendo levemente la madera de mi escritorio. Pensando, hechizado, en lo que Fellini acababa de decirme.

La dolce vita3 
"Qué lúcido, cómo se mete en Marcello sin que el espectador se dé cuenta y sin dar apenas pistas de lo que hará, con esa primera secuencia del helicóptero llevando la cruz y él pidiendo el teléfono a las chicas que no logra oír, qué manera más sutil de comenzar a contar algo mostrando la controversia fundamental de lo que será la película, el hombre contra sí mismo, el hombre contra dios, el hombre contra la belleza. La manera de ensuciar las calles y todo lo que hemos creado durante siglos, la forma en que todos viven sin darse apenas cuenta y el horror de ver cómo lo hacen creyendo que avanzan y que son artistas, o que algún día lo serán, como es el caso del protagonista, sin saber que en realidad la parte fácil y vistosa de nosotros mismos los lleva a la vacuidad más desgarradora y a la nada absoluta, a la infelicidad y la incomprensión del mundo y a la incapacidad para amar y ser amados por los que los rodean. Cómo se va empapando uno de la opresión de tanta fiesta y tanto lujo, y cómo de vez en cuando deja Fellini que transcurras en esa línea delgada que separa la humanidad del instinto, a veces se mira la pantalla deseando ser ellos o se piensa inconscientemente en el placer fugaz de los cuerpos desconocidos y del alcohol, exactamente igual que hace el padre de Marcello, que quiere por un momento ser un actor o un burgués acomodado que da fiestas en su apartamento lujoso, con mujeres jóvenes que apenas conocen la vida y que no se conocen a ellas mismas. Pero claro, luego de pronto te lleva a la Fontana di Trevi en un callejeo confuso y etílico, y ves a esa rubia de cuerpo poderoso y mente infantil metiéndose bajo la cascada, y te sorprendes a ti mismo despreciando a los hombres y a lo que cada día somos más: cuerpos con ropa, con estilo a la hora de vestir, pero auténticos gilipollas absortos en sí mismos que son capaces incluso de profanar de esa forma la más bella obra de arte sin darse cuenta de ello."

La dolce vita"Está también el amor presente, sobrevolando las copas de champán  y los aristócratas, pero no se ve por ninguna parte que se haga explícito o que se convierta en la razón de ser de nadie; sí en el objetivo, porque al final uno llega a la conclusión de que lo que esa gente quiere es simplemente amar, amar y ser queridos o tener algo de pureza y de vida en ellos. Lo que pasa es que no lo consiguen, están agotados, terminados antes incluso de haber empezado, idiotizados por una sociedad que los idolatra y que demanda personajes así para tener algo de qué hablar, porque en verdad ellos se divierten y hacen tonterías sin sentido porque tienen dinero para ello, pero los demás, los pobres, la masa, quieren ser también así y desean con furia formar parte de algo, o al menos conocer algo que se le acerque y poder quizás opinar sobre ello para sentirse visibles. Así que a lo mejor es culpa de todos y no sólo de los ricos que llenan Roma de vulgaridad y de ignorancia, también puede ser que estén donde están gracias al pueblo y al dinero que el pueblo genera y que va irremediablemente a parar a ellos, cuerpos sin alma que no saben quiénes son ni dónde están, a los que no preocupa saber ni conocer ni llegar quizás a mejorarse. Todo esto puede ser una metáfora sobre los tiempos que vivimos ahora: ese vagar sin rumbo de la alta sociedad, ese perderse en las ramas de la vida, ese desvío del arte y de la cultura, esa belleza chabacana y mal entendida; lo que pasa es que hoy en día aquel pueblo de Fellini sí tiene dinero, al menos el suficiente para poder hacer lo mismo pero como obreros, es decir en lugar de beber champán beber ron barato, en lugar de hacer el indio en jardines antiguos y con historia hacerlo por las calles sucias plagadas de contenedores, pero sí, en el fondo es igual, es lo mismo, el avance de la ciencia y del hombre nos ha llevado a eso, a la vulgaridad absoluta y más bajuna de los famosos de Fellini, en fin, a la proletarización del vacío, a la generalización de la ignorancia."

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"Y luego ese final excesivo después de la fiesta, esas plumas humillando por el aire a la más estúpida y bella de las mujeres, ese romper con todo definitivamente y salir a la playa, que igual que Roma es un personaje más, quizá el más importante de todos, representando el mundo y a lo que para ser hemos nacido, el mar, la fuerza del viento, las melenas sucias de fijador y de peinados que se revuelven porque no son más que eso, pelo, parte natural de lo que somos y de lo que deberíamos ser si tuviésemos la capacidad de pensar las cosas dos veces, de no dejarnos llevar por las facilidades que cada vez son más y de las que cada vez dependemos de forma más preocupante. Esa playa con el pez muerto, símbolo de la propia muerte definitiva de Marcello y de los hombres, mirando con ojos muertos a los ojos muertos de la gente de la fiesta que se ríen de él mientras yace en la arena mojada. Pero al final Fellini tiene un rayo de esperanza, una gota de buenas intenciones y de amor, y muestra a la chiquilla de mirada limpia también en la playa, haciéndole gestos al protagonista para que vaya junto a ella y se aleje definitivamente del camino mal tomado que ha elegido y que es el suyo, pero Marcello no la oye, no la escucha como al principio no escuchaba el número de teléfono de las mujeres del tejado; pero esta vez es por la distancia, por su propia distancia consigo mismo y por el ruido del viento, el mundo le da otra oportunidad pero se lo pone difícil, tiene que acercarse tan sólo un poco, y él no se acerca ni hace apenas esfuerzo por salvarse, otra mujer de la fiesta le coge la mano y se lo lleva, lo arranca definitivamente de sí mismo y se lo lleva hacia el desvarío, hacia la perdición, hacia ninguna parte para siempre."

La dolce vita4 
Esto fue lo que pensé en la soledad de mi cuarto, después de ver La Dolce Vita. Y como antes dije recordé a Miguel de Unamuno y a la persona que me había dejado Niebla. Y es que tras esas horas que no transcurrieron, hechizado por el poder majestuoso del cine, llegué a la conclusión de que quizás estemos irremediablemente perdidos. Porque faltan almas, sobran cuerpos, faltan personas que amen un libro, que subrayen una frase, que luego lo presten… y otros ojos que después lo lean.

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