2/3/11

El rincón de Chechu: Corazón mojado

Ayer pensé por primera vez en que me estoy haciendo mayor. Un bar de luz cálida, cerveza, sillas bajas y mesas redondas; cuadros, fotos en las paredes, anochecer. No recuerdo cómo avanzaba la conversación en aquel momento, pero la vida de pronto saltó por el aire y quedó flotando allí, revelada, haciendo que me diera cuenta de algo en lo que nunca había reparado: cada vez tenemos más historia detrás y hemos acumulado más experiencias. Ahora, no sólo somos niños que han acabado la escuela y a los que queda todo por vivir. Ahora cada vez hay más que aprender de nosotros mismos, de las personas que nos vamos encontrando, somos más de lo que éramos y no mucho menos de lo que vamos a ser. No estamos ya en el principio del camino: atrás quedan las huellas que cada uno ha tenido que dejar. Y ayer en aquel bar se mostraron, reflejándose en todas las miradas que se encontraban alrededor, enseñando la profundidad de los surcos y el último eco de los pasos que un día las provocaron.

En esto pensaba ahora, frente a las teclas, antes de ponerme a escribir. Porque hoy quiero hablarles de una de esas historias escondidas, silenciosas, una de esas experiencias que aparecen de pronto y sacuden nuestro mundo, que le dan la vuelta y que luego obligan a decidir, a seguir el antiguo camino o el que se bifurca y se aleja. Que después nos marcan poderosamente y condicionan el resto de nuestra vida.

Los puentes de Madison4 
Un ama de casa entregada a su familia, a la vida rural y sencilla de un condado del sur de los Estados Unidos. Es feliz, quiere a sus hijos, ha construido algo importante con el paso de los años y se siente querida, instalada en la maravillosa rutina que da la seguridad y el amor. Un día, uno de tantos, se queda sola en la casa por un tiempo y en la mañana luminosa sale a regar las plantas. El sol le da en la cara, lleva la cabeza cubierta por un pañuelo, los sonidos de los árboles la envuelven mientras ella se mueve por el porche y por el jardín, segura de sus pasos y de lo que hace, algo que ha hecho siempre y de lo que ha disfrutado durante toda su vida. El viento apenas sopla, pero siente su beso fresco en las mejillas mientras vierte el agua sobre los tallos de las macetas. Está tranquila, respira acompasada, eleva la regadera sin hacer esfuerzo. Entonces de pronto ve a lo lejos, allá en la entrada del camino de tierra, una polvareda que se levanta, y cómo se va acercando cada vez más una camioneta marrón, vieja, algo oxidada, hasta las barandillas blancas de la casa.

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El vehículo se detiene, no muy cerca pero tampoco demasiado lejos, y ella deja su vida en pausa por un instante, las plantas, el sol, los árboles, todo se detiene de pronto ante la inesperada visita. Levanta la cabeza, con ese gesto sorprendido del que no conoce lo que va a pasar, y decide caminar hasta el coche. Un hombre mayor, más o menos de su edad, abre la puerta y pone los pies en el suelo, en la misma tierra seca que ella ahora está pisando, se acerca dubitativo y le pregunta una dirección, confesándole que se ha perdido. La polvareda que ha dejado la camioneta está suspendida en el aire, el sonido del campo sigue cubriéndolo todo, el porche se mantiene impávido ante ellos. Pero la vida aguarda desde el momento en que la mujer ha levantado la cabeza, está esperando, está quieta como el polvo que ha dejado el coche por encima del camino.

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Y ya está todo hecho, todo dicho. Esa inofensiva visita ha abierto de par en par una puerta desconocida. En las arrugas duras de ese hombre está todo lo que ha quedado por sentir, toda la pasión y todos los temblores, las mañanas espléndidas de pieles que se rozan, las noches implacables, el gesto que nos hace sentir como niños, el beso indiferente al cuello, desde atrás, las manos que se posan en las caderas, el olor del pelo en los dedos, el amor, en fin, desnudo y palpitante. Entonces se abre la encrucijada y el tiempo, que corre más que nosotros mismos, obliga a tomar una decisión.

Poster Los puentes de MadisonEs por eso que no me gusta pensar en Los puentes de Madison como  una película de amor. Lo es en gran medida, no cabe duda; pero lo que realmente muestra es esa polvareda que se eleva, ese detalle insignificante que puede hacernos cambiar toda una vida, esas decisiones terribles, esos puentes que tenemos que cruzar y que nos determinan tanto.

Pero no voy a contarles nada más. No he querido enfocar el texto como una crítica, no he querido hablar de cine en ningún momento, aún a pesar de estar escribiendo sobre ello. Para mí Los puentes de Madison no es tan sólo eso. Para mí es un reflejo, una historia, un lugar común que todos hemos tenido la ocasión de conocer alguna vez. La vida que se rompe, estalla ante nosotros y se desmorona, haciéndonos sentir cosas que jamás habíamos imaginado que existiesen.

Los puentes de Madison 
Al verla, recordamos todas y cada una de las experiencias que hemos tenido y cómo hemos creído en ellas o cómo las hemos apartado, y de qué forma brutal han influido en nosotros para siempre. Por eso cuando acaba, con la lluvia cayendo furiosa sobre los cristales, sobre el asfalto, nos vemos tentados a abrir la puerta o nos lamentamos de no haber tenido la valentía para hacerlo; y sentimos, en medio del calor apacible de nuestra vida, cómo el corazón se nos moja y se encoge, entumecido por un pasado que cada vez es más fuerte y cada vez pesa más. Porque, aunque nos demos cuenta muy de vez en cuando, cada día nos hacemos un poco más viejos.

3 comentarios:

Raquel E. Mediavilla dijo...

Los lienzos en blanco están muertos, como las personas sin pasado.

No sé si cada día me hago más vieja, pero yo intento hacerme más joven.

He visto en varias ocasiones los Puentes de Madison... pero nunca soy capaz de responderme que habría hecho yo en su lugar.

Cristina Riveira dijo...

Clint Eastwood y Meryl Streep siempre estarán juntos en esa pradera, en ese tiempo quieto del condado sureño.
La película hizo que me leyera el libro, que es muy bueno, pero en mi mente hay una imagen del final de la película que no se va, el momento de las decisiones que te marcan la vida.
Me ha gustado mucho tu crítica, tengo ganas de volver a ver la película :-)

Luis Alvarez dijo...

Bueno, el condado que citas no está en el sur de los EE.UU. sino en el Sur del Estado de Iowa, que está bastante al norte.