30/9/19

Crónica del 67º Festival Internacional de Cine de San Sebastián




Como siempre, vamos a desgranar lo que he tenido la ocasión de ver este año en la nueva edición del Festival de Cine de San Sebastián, ya en su 67 cumpleaños. Y, por primera vez, lo haremos en forma de lista. De lo peor a lo mejor, aquí van las 19 películas.

19- Vendrá la muerte y tendrá tus ojos
Se trata de una película chilena que habla de la enfermedad en el seno de la pareja y de cómo esta afecta a sus relaciones internas. En este caso, entre dos mujeres cuyo amor es incondicional. En realidad, nada nuevo bajo el Sol. Pero no es esa falta de originalidad lo que me molesta. Sin irnos muy lejos, hace bien poco Fernando Franco presentaba en este mismo Festival Morir, hablando de lo mismo pero con resultados mucho más satisfactorios, y a muchos niveles. El caso es que hacía tiempo que no veía una película tan pagada de su propia pretensión y ampulosidad. En un intento fútil por manipular las emociones de los menos avezados (o del más cool, según se mire), el director José Luis Torres Leiva debe pensar que podemos tragar con los interminables primeros planos de sus actrices, y deleitarnos con ellos. Lejos de transmitir cercanía o intimismo, el espectador pierde la referencia espacial y el lirismo que despliega me empalaga, me resulta fuertemente antipático. Así pues, la película queda vacía en su pobre descripción del duelo, torpedeada una y otra vez por un ritmo en exceso moroso, sin que la belleza de sus imágenes, que no la hay, compense lo más mínimo el esfuerzo. Los personajes, en eterno compungimiento, se pasan toda la película con la misma expresión facial, y solo rompen la monotonía dos insertos de historias dentro de la historia, que si bien parecen aportarle algo de frescor al relato, la conexión con la trama principal parece algo dudosa cuanto menos, intrascendente y, en última instancia, un experimento fallido. En resumen, sencillamente podemos estar hablando de lo peor que he visto nunca en San Sebastián.




18- Zeroville
Como de experimentos fallidos va la cosa, el nuevo trabajo de James Franco, sin ser tan insoportable como el anterior, acaso es más decepcionante, viniendo de todo un (merecidísimo) ganador de la Concha de Oro. Franco nos trae la historia de un personaje amante del cine que trata de abrirse paso en el Hollywood del cambio de paradigma, aquel cuya generación de cineastas, por primera vez, bebían de influencias netamente cinematográficas. Primero como constructor escenográfico y luego como montador de cine, en lo que se intuye un homenaje a la profesión. Como planteamiento, es original, pues nos propone un juego metafílmico en el que a medida que su personaje aprende el oficio, el relato se enrarece y el montaje es más caótico. El problema es que no termina de encontrar un equilibrio adecuado entre experimentación, comedia y narrativa. Al contrario, lo que debería ser gracioso está mal ejecutado, el desfile de personajes secundarios resulta anodino, el relato se estanca en demasiadas ocasiones debido a las constantes piedras que Franco se pone a sí mismo y, en este sentido, cabe destacar su horrenda interpretación principal. Los apuntes estéticos parecen aludir al universo posmoderno de Harmony Korine, sin lograr jamás su capacidad de evocación ni su hipnotismo, y la dirección de actores, empezando por la de sí mismo, al último Nicolas Winding Refn, pero sin su coherencia interna. James Franco parece dar tumbos buscando una voz cinematográfica propia, apoyado en múltiples referentes, pero es obvio que aún no lo ha conseguido.




17- The Audition
Como músico profesional, la temática me interesaba a priori: una profesora de violín cuya constricción social forja un carácter impredecible, irritable y frustrado en esencia, y se analiza cómo esto se transmite de arriba abajo, de madre a hijo, de profesor a alumno. El sentido vertical del constructo social ya nos da una pista de que algo no se está haciendo bien, y surgirá el conflicto. Por desgracia, el drama transcurre a ritmo de tortuga, aderezado con escenas intrascendentes, de la mano de una dirección planísima y de unos actores que no me interesan. Muy mal descritos algunos secundarios, como la pareja de la protagonista, con nula química entre ambos, y deficiente manejo del drama, excesivamente opaco y escaso. En la línea de este tipo de dramas centroeuropeos, se incluyen escenas duras, que en este caso devienen en molestas para el espectador, como aquella en que hace repetir a su alumno una y otra vez un pasaje de violín. Un intento de emular a Haneke, sin la fuerza y la inteligencia de aquel. El apunte más interesante de su directora es justo el plano final, que eleva ligeramente su calidad tirando de mala baba y pesimismo.




16- The Other Lamb
En lo referente a la lista, a partir de aquí, entramos en el largo terreno de las medianías, que al final es de lo que más se nutren los festivales. The Other Lamb, película producida por, entre otras, la Zentropa de Lars Von Trier, parece ampararse en el universo estético y temático de sus producciones para narrarnos la historia de una secta en la que un líder posee toda una cohorte de acólitas sobre las que ejerce derecho de pernada. La temática sobre sectas no es novedosa, llega tarde. Tampoco su desarrollo ofrece conclusiones frescas. Por el contrario, su iconografía es pobre y sus metáforas se hallan subrayadas hasta el paroxismo. También adolece de una trama demasiado facilona y predecible, con un tono que en ningún momento termina de estar claro. Solo me interesa su ambientación, que una vez más encuentra en el bosque un elemento de misterio donde esconder al mal. Los paralelismos con Anticristo (Lars Von Trier, 2009) son evidentes, con algún homenaje directo bastante penoso. El plano final, una memez que provoca la risa involuntaria.




15- Las letras de Jordi
Estimable en su intención, Las letras de Jordi, un documental español sobre una persona con parálisis cerebral, no termina de encontrar un equilibrio adecuado en la forma de abordar el tema. Estructurado en un 80% en torno a las conversaciones de su directora con Jordi, el principal escollo al que se enfrenta el espectador es que es muy difícil que el mensaje llegue de la mejor forma por las propias circunstancias del documentado: para comunicarse, Jordi emplea un papel con todas las letras del abecedario, que va señalando una a una. A pesar de que la mirada de su directora es respetuosa, y se muestra totalmente comprometida a desentrañar el mundo interior de su protagonista, es un hándicap demasiado grande cuando se trata de buscar la mejor forma de comunicarlo. La película se estanca ahí y es imposible sacarla del atolladero formal. Lo que más me interesa, es la evolución en la relación entre entrevistado y entrevistadora, que nos muestra cómo, a través del proceso de grabación del documental, esta va obteniendo una paulatina mejora en la comprensión, van adquiriendo un vínculo mayor y la fluidez en la comunicación comienza a mejorar. Los aderezos y apuntes sobre religión no terminan de encajar bien. Por tanto, y a pesar de su conciso metraje, los alicientes no compensan.




14- Mientras dure la guerra
La nueva película del celebérrimo Alejandro Amenábar nos narra, en clave de drama histórico, los días de Unamuno en Salamanca durante la sublevación militar fascista. El talento de Amenábar se intuye más comercial que otra cosa. Sabe simplificarlo todo para, haciendo gala de un didactismo molesto, llegar al gran público, que posiblemente disfrute de este ejercicio fútil de contarnos no se sabe muy bien qué. Porque, si lo que pretendía era homenajear a Unamuno, yo me pregunto qué habrá hecho el pobre para merecer semejante trato. Vaya por delante que la tarea era difícil de base, dada la naturaleza contradictoria y compleja del personaje. Pero eso no exime a su autor de responsabilidad cuando nos describe a un Unamuno sentencioso (la cultura del zasca trasladada de forma chabacana a los años 30), huraño pero bonachón, cuyo único afán es no mojarse hasta que, y solo exclusivamente por eso (bueno, y también si alguien “redacta mal”), secuestran a sus dos amigos. Las ideas que pone en su boca son igualmente pobres y diría que hasta peligrosas, como lo de que en España “unos y otros tienen parte de culpa, izquierda y derecha siempre discutiendo”. Si pobre es el retrato de Unamuno, caricaturesco es el de los militares del bando nacional, mención especial a un Millán Astray horrendo, escrito equivocadamente como descargo cómico. La producción de cartón piedra y su escritura deficiente hacen que, en resumen, no me crea nunca el guiñol, pero, lo que es peor, que me resulte hasta vergonzoso por momentos.




13- Y llovieron pájaros
La directora canadiense Louise Archambault nos trae este drama sobre un grupo de viejos ermitaños, su forma de afrontar la vida, y cómo acaban “adoptando” en su pequeña comunidad, de forma improbable, a otra anciana con enfermedad mental. La ternura con la que relata algunos de sus pasajes contrasta con el convencionalismo en las formas y con la excesiva reiteración de algunas ideas, como hacer cantar en demasiadas ocasiones a uno de sus personajes, empleando la música para transmitir su mundo interior. Acaba cansando. Eso sí, cuando la cámara se aleja del lago donde viven los ermitaños, la película pierde muchos enteros, amén de los personajes de la fotoperiodista y del trabajador del hotel, cuya relación está mal escrita y carece de interés. Al final, tenemos una película que no molesta, y quizá ese es precisamente su punto débil, cóctel descafeinado, plagado de decisiones dudosas y con un metraje inflado que no termina de convencer. Nadie la recordará.




12- Los miserables
Recientemente premiada en Cannes, Los miserables es un drama social francés de Ladj Ly sobre la delincuencia en el barrio de Montfermeil en París. Posee una estructura narrativa algo amorfa; la película avanza con un drama central algo pobre y con una trama que recuerda a otras cosas que ya has visto antes (Training day, por ejemplo), pero con un esquema formal reiterativo y plano. Se tiende al maniqueísmo y, por ende, a la simplificación en la construcción de los arquetipos, amén de todo un desfile de secundarios anodinos. También a la exageración de los elementos descriptivos de la miseria y a la recreación excesiva en los mismos. Cuando, en determinado punto de la película, esta parece que va a terminar, aún prosigue casi 20 minutos más, en una jugada que, ciertamente, me descoloca, pero me acaba convenciendo acaso porque son las escenas de más fuerza de todo el metraje. Lástima esa tendencia al tremendismo y a la moralina más burda, al estilo de American History X, que destruyen una película en la que se intuye el talento, pero puesto al servicio de la espectacularidad y la manipulación.




11- Sorry We Missed You
Con defectos similares, este otro drama social, ahora del británico Ken Loach, recuerda más a las películas de los Dardenne por temática. Pero, ante todo, es un guion más de Laverty al servicio de Loach, para lo bueno y para lo malo. Tocaba ahora hablar del problema de los falsos autónomos trabajando para empresas como transportistas sin apenas derechos laborales. Brillante el arranque, en el que se describe la situación del protagonista a través de una simple entrevista de empleo (“no trabajas para nosotros, trabajas CON nosotros”). La trama, como casi siempre en Loach, es una excusa para hablarnos de la eterna lucha del proletariado frente al capitalismo voraz. Para mostrarlo, Laverty describe personajes, familias, eternamente al borde del precipicio, inermes ante cualquier contratiempo. Pero es precisamente su tendencia a recrearse en la miseria de la familia protagonistas lo que hace que se atasque. Me es difícil creer tanto contratiempo. Mientras, aderezos de sentimentalismo barato y obvio trufan la historia de este héroe moderno que lucha por sacar adelante a su familia, enfrentado a un trabajo alienante y a un hijo rebelde pero bueno en el fondo. Demasiado simplista.




10- Patrick
Aunque por los pelos, más pasable es esta película portuguesa sobre un chaval de 20 años que fue secuestrado y arrancado de su familia con 8. El nombre de Patrick es empleado durante la película como sinónimo de una nueva identidad, forjada durante los años posteriores a su secuestro, en contraste con Mário, su nombre de nacimiento. Este dualismo se explora a través de un viaje a su infancia, reencontrándose con una madre que también perdió algo de sí misma cuando Mário desapareció. Nunca volverá a encontrar lo perdido. En este sentido, la película es rica en su escritura y me interesa la hondura de sus dolorosas conclusiones. Interesantes son también los apuntes en torno a su tormentosa relación con el secuestrador. El problema principal es formal. La dirección, demasiado plana, y sus imágenes, de irregular calado, no ayudan a hacer más digerible el trago. Tampoco el exceso de hermetismo en la escritura del personaje principal, irremediablemente antipático, a pesar de que es el motor de las emociones del film. Esto, unido a un ritmo moroso que se deleita demasiado escudriñando los rasgos físicos de su protagonista y sus intrascendentes desplazamientos, más algún que otro agujero de guion, la hace una película difícil, y torpedea el fluir de la trama. Los momentos mejor dirigidos, donde más se intuye el genio detrás de la cámara, son aquellos que describen la relación con su prima, de lo poco realmente bello en Patrick.




9- Proxima
El contrapunto a la recién estrenada Ad Astra, que explora la relación paterno-filial, es esta película francesa de la directora Alice Winocour sobre una astronauta, interpretada por la fantástica Eva Green, que se dispone a realizar su primera misión larga en el espacio, teniendo que lidiar por el camino con los problemas habituales de ser madre y mujer en un mundo mayoritariamente dominado por hombres. El homenaje es pertinente y realizado desde una sensibilidad bien medida. Por el camino, algunas ideas interesantes, como ese momento en que los niños descubren por primera vez el significado de la muerte, que algún día ellos y sus padres morirán, o el miedo a la separación, brillantemente reforzado por la idea del astronauta que despega de la Tierra. Muy bien rodada la relación entre los personajes de Eva Green y su hija, interpretada por Zélie Boulant, transmitiendo complicidad y ternura. Lástima que la emotividad nunca termine de alcanzar altos vuelos. En determinada escena, recuerdos a París, Texas, el espectador se encuentra buscando un clímax emocional que no termina de llegar del todo. En parte, la interpretación comedida de Green funciona, pero la encuentro perdida a la hora de transmitir sentimientos profundos. Tampoco termino de creérmela del todo como astronauta. Menos aún a Matt Dillon, perfecto como asesino en serie en La casa de Jack, pero errático en este papel. El tramo final, con el momento del despegue del cohete, es bello y emocionante, acaso lo que más de la película, pero inmediatamente después Winocour añade un epílogo innecesario que no aporta nada.




8- La verdad
La nueva película de Koreeda, en lo que ya viene siendo una tradición anual en San Sebastián, traslada con éxito a Francia el mundo fílmico del nipón, a través de la historia de una vieja actriz de éxito y las rencillas internas con su hija. Protagonizada por Catherine Deneuve en uno de los mejores papeles que le recuerdo en mucho tiempo, y por Juliette Binoche, algo más intrascendente, la comedia suave y el drama amable pero hondo que suelen vertebrar las películas de Koreeda se amoldan a la perfección a esta historia sobre la mentira, el orgullo y la mascarada en el seno de una familia acomodada francesa. El japonés tiene sobrado talento para narrar, para hacer avanzar sus pequeñas historias sin que perdamos interés. Deneuve, que parece de algún modo haber asimilado los gestos (y también la escritura) de los personajes habitualmente interpretados por la ya fallecida Kirin Kiki, musa de Koreeda, se echa la película a los hombros, como personaje central sobre el que orbitan el resto, con algún paralelismo con la Norma Desmond de El crepúsculo de los dioses. También es interesante observar cómo el japonés, con una tradición fílmica que bebe sobre todo de Ozu, asimila una sensibilidad más europea sin perder en ningún momento su esencia. La ausencia de concesiones al espectador y tal vez de mayor hondura en el tratamiento del drama (no me termino de implicar o emocionar del todo nunca) la hacen algo olvidable, pero es sin duda otro éxito, aunque moderado, en la excelente filmografía de su autor.




7- Monos
Elegida por Colombia para representarles en los Óscar, Monos es una película feroz y con nervio que narra la historia de un pequeño grupo paramilitar formado por adolescentes que han secuestrado a una mujer americana. La estilización de manos de su director Alejandro Landes está medida con precisión de cirujano: en todo momento elige la fotografía adecuada, el movimiento de cámara adecuado, o el plano fijo cuando es requerido. También la disposición de los elementos en el cuadro se halla perfectamente estudiada. Todo esto coadyuva en una película que destila rabia y fuerza, una extraña belleza de la violencia, del terror. Las interpretaciones son fantásticas, pocas veces unos actores tan entregados a sus papeles, rayan lo doloroso, tan físicos pero también con sentimientos al borde del colapso. La música es un elemento que genera tensión con una creatividad reseñable. El problema de Monos es que la trama parece estancarse en demasiadas ocasiones, y añadir elementos de repetición, o formularios, en otras tantas. El aporte de exotismo le viene muy bien a la mezcolanza de referentes, que van desde La chaqueta metálica, pasando por El señor de las moscas o, incluso, Defensa, de John Boorman. Una película más que estimable.




6- El tiempo contigo
Tras el exitazo internacional de Your Name, Makoto Shinkai, erigido en uno de los nuevos máximos referentes del anime tras la (¿)retirada(?) de Miyazaki, se propone repetir el éxito de aquella (como muestra, su elección por Japón para representarles en los Óscar) empleando la misma fórmula: una historia de amor central entre dos adolescentes en la que media algún tipo de elemento fantástico. En este caso, la protagonista (aunque la película se posiciona en el punto de vista del chico) posee el poder de manipular la meteorología a su antojo. En un Japón eternamente lluvioso, ella es la única persona que puede traer la luz. La metáfora funciona a la perfección en la lógica interna de la película. Sin embargo, lo que en Your Name redundaba en una variedad de situaciones divertidas, aquí pronto se hace repetitivo. Reconozcámoslo, la nueva idea da menos juego, o al menos está algo más desaprovechada, que el intercambio de cuerpos de Your Name. Mientras que el preciosismo del dibujo de Shinkai sigue desarmando al más duro, el sentimentalismo llega a estar tan subrayado, sobre todo a través de la tramposa música, que acaba empalagando. Una mezcla de sensaciones curiosa en la que a veces la cantidad de azúcar es aceptable (a nadie le amarga un dulce, que se dice) y, en otras, corremos riesgo de contraer diabetes tipo 2. En su tendencia al exceso, le cuesta mucho despedirse, e incluso recurre a la misma fórmula que en Your Name. Con todo y con eso, los amantes del buen anime encontrarán en El tiempo contigo un producto casi de culto, siempre a remolque del anterior éxito de Shinkai, pero muy por encima de la media actual.




5- First Love
De la extensísima carrera de Takashi Miike poco se puede decir. Que tiene películas buenas y películas menos buenas. Pero todas poseen un elemento común: un autor libre divirtiéndose, haciendo lo que le da la gana. Hasta cuando tocan películas “serias”. First Love no entra en este último catálogo, pero por poco. La trama central, un boxeador mediocre se ve envuelto en un alocado entramado de mafias donde intervienen la yakuza, la Tríada y la policía, resulta algo insustancial. Pero no preocuparse: se trata de una mera excusa para que Miike exponga su repertorio habitual, de forma más mesurada. Al tratarse de una trama más o menos convencional, la película es más accesible que otros experimentos mucho más radicales de su autor, pero los que veníamos a ver una película de Miike no podemos sino salir satisfechos con el espectáculo. El humor slapstick marca de la casa se combina a la perfección con una trama que avanza a un ritmo frenético gracias a su ligereza (nada de la ampulosidad del cine coreano). Miike se las apaña para salir indemne de situaciones que, en manos de otros, habrían resultado ridículas cuando menos. Quizá le eche en falta mayor personalidad para acabar de disfrutarla del todo; sigo admirando más al Miike radical de Visitor Q o, incluso, de Yakuza Apocalypse. Pero el nipón tiene la capacidad de que sus películas, sean como sean, siempre apetezcan, siempre entren bien. Desde esa base, First Love es decididamente superior a la media.




4- La trinchera infinita
La nueva película de los directores de Handia, esta vez formando una sólida terna, algo bastante poco común, traslada la acción del País Vasco a una Andalucía opresiva, descrita magistralmente a través de la puesta en escena, y nos narra la historia de un concejal republicano en un pueblo que, al estallar la Guerra Civil, se ve obligado a esconderse en un agujero de su casa. Parece ser que no fueron pocas las historias de personas que tuvieron que permanecer escondidas prácticamente media vida con temor a ser apresados por el régimen fascista. Topos, les llamaron. Al temor a ser apresado, se suma la paranoia tan bien retratada en la película a que cualquier persona del pueblo te pudiera delatar. Magistralmente interpretado por un Antonio de la Torre que, lejos de cansarse de ofrecernos trabajos impecables, aquí se supera, y por una Belén Cuesta que sigue demostrando ser una de las actrices españolas del momento (por momentos, incluso supera a su partenaire), los directores consiguen que nos interesemos por el devenir de los acontecimientos durante las, en ocasiones agotadoras, dos horas y media de película. El ritmo, no obstante, es bueno, trufado de escenas de tensión, pero también hondura en su tratamiento de los problemas de pareja y del universo interno de ambos. La evolución de la situación, en un principio desesperada y tratada en clave de suspense, deviene en kafkiana a medida que avanzan los minutos y no se termina de resolver. La película se ha podido ver envuelta en cierta polémica porque el marcado acento andaluz impide en ocasiones el correcto entendimiento del texto. En este sentido, creo que a La trinchera infinita le sienta perfectamente sacrificar un poco el entendimiento del texto (problema que se acaba solucionando a los 30 minutos una vez que se te ha hecho el oído) en favor de la verosimilitud y la cercanía. Sin duda, una decisión acertada de sus directores que prefieren una dirección de actores más naturalista a la habitual declamación teatral que, sin irnos muy lejos, hace que no me crea nada, como decía, a Mientras dure la guerra.




3- Lo que arde
Ya son unas cuantas las películas españolas que están confirmando el 2019 como un gran año para el cine patrio. Dolor y gloria, La virgen de agosto, la propia La trinchera infinita y, también, Lo que arde, lo último del director de origen gallego Oliver Laxe. Como en sus trabajos anteriores, Laxe nos presenta un producto a caballo entre el documental y la ficción. Los límites son difusos, pero tampoco es necesario definirlos. Se trata de la historia de un hombre que sale de la cárcel tras cumplir condena por pirómano de montes en la Galicia rural, y regresa a vivir a la casa de su sufrida madre. Ambos personajes se interpretan a sí mismos. Su construcción es fascinante: él, un soltero de montaña (como lo describe el director), frágil, que sale de una prisión para meterse en otra, fruto del desarraigo, de la sensación de no pertenecer ya a ningún lugar, al menos en lo sentimental; ella, una mujer muy mayor pero contrastantemente fuerte. La mirada de Laxe es aséptica en su acercamiento a los personajes, algo distante, documentalista, pero busca la belleza en los pequeños gestos cotidianos, se recrea en las duras labores de esta gente de campo y es ahí donde encuentra su verdadera fuerza. La evolución de la trama encuentra un enlace orgánico entre costumbrismo y denuncia (en este caso, de la terrible situación de la Galicia asolada por los incendios), pero sin aspavientos, dejando que las rabiosas imágenes hablen por sí solas. El espectador no puede sino asistir hipnotizado a este mundo de belleza mágica que despliega Laxe, siempre apoyado en la espléndida y sufrida fotografía de Mauro Herce. El magistral tratamiento de la elipsis cinematográfica desemboca en un desenlace pesimista que, aunque se ve venir, es tan elegante como demoledor.




2- Parásitos
Flamante ganadora de la Palma de Oro, la sección Perlas del Festival nos trae la última película del coreano Bong Joon-ho, el que quizá sea su trabajo más maduro en una filmografía ya de por sí estimabilísima, en la que el coreano demuestra ser uno de los directores más creativos del panorama mundial. En Parásitos, una familia humilde en la que todos sus miembros están en paro, se las apaña para tejer una red de recomendaciones y conseguir empleo en la casa de otra familia rica mediante engaños. El despliegue narrativo y el trabajo de puesta en escena durante la primera hora de película son magistrales. Los actores están tiernos y creíbles en ese retrato algo marciano, humor absurdo y socarrón siempre presentes, de dos mundos completamente opuestos, que deviene en discurso político sin desentonar. Bong Joon-ho es capaz de transitar entre géneros de manera totalmente orgánica, y parte de la culpa lo tiene su excelente manejo del espacio fílmico. En este sentido, el coreano debería ser estudiado en todas las escuelas de cine. Sus planos rafaelianos poseen una tremenda riqueza de capas; el estudio de los elementos de la escenografía está muy medido, haciendo que, según conviene, formen parte de la narración o sean mero decorado; y los movimientos de cámara, elegantes pero al servicio de una comicidad muy personal. Lástima esa tendencia al exceso habitual en el cine coreano que lleva a Joon-ho a estirar de más su película, por la vía de la ampulosidad y el trascendentalismo exagerado. Empaña algo el resultado final, pero el viaje merece mucho la pena.




1- El faro
Llegamos por fin a la joya del Festival en la que será probablemente una de las mejores películas del año. El faro, nueva película de Robert Eggers tras el éxito de La bruja, cuenta esta vez la historia de dos fareros atrapados en su isla en una suerte de situación buñuelesca. La película posee un aroma especial, sobre todo en su clara evocación a Lovecraft por la vía del homenaje formal al cine mudo y al cine gótico clásico, de forma similar a como lo haría la pequeña película La llamada de Cthulhu. En este sentido, el formato elegido no solo es empleado para describir con más precisión lo claustrofóbico en el relato, porque eso se puede conseguir por otros medios también, sino para aportar un aroma especial a la cinta. Y si de algo anda sobrado El faro es de eso tan difícil de describir como “atmósfera”. El diseño de sonido (la banda sonora en general) es magistralmente subyugante y trabaja en esa dirección. Por otro lado, tenemos un duelo actoral de primer nivel, como hacía tiempo no lo veía, que unido a un manejo de los espacios como elemento alienante de los individuos especialmente intenso, te mantienen pegado a la butaca, hipnotizado, temeroso de lo que va a suceder a continuación. Los ligeros toques fantásticos, así como sus golpes de efecto, están bien medidos y orgánicamente dispuestos a lo largo de la cinta. La espiral de locura de los personajes está descrita con furia e interpretada con rabia; tanto Willem Dafoe como Robert Pattinson son dos actores que me encantan y me es imposible quedarme con uno en este caso. Contrasta la cadencia pausada del autor, muy al estilo de lo que veíamos en La bruja. A pesar de ese ritmo en apariencia moroso, la película avanza con virulencia, se cuela por las rendijas casi sin que nos demos cuenta. La estructura narrativa, similar a la de aquella película, es un desagüe por el que los hechos desembocan indefectiblemente hacia el horror, final valiente y magnífico. Como La bruja, desde ya, clásico instantáneo.


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