17/1/14

El rincón de Chechu: Tabaco

Quien necesita fumar para escribir, o bien lo tiene que hacer a lo Bogart, con el humo enroscado al ojo (lo cual determina un estilo bronco), o bien ha de soportar que el cenicero se lleve la casi totalidad del cigarrillo.

Vila-Matas citando a Juan Benet en Bartleby y compañía.


Empezar algo implica despedirse. Esta tarde he ido a dar clase a uno de mis alumnos, el que tiene un ojo azul y otro verde, he salido cinco minutos antes para llegar a tiempo al cine, he visto una película magnífica, que recomiendo a todos, Agosto, de la que sin embargo no esperaba gran cosa, he salido a la calle después de los créditos y entonces, en medio de un paso de cebra, uno de esos por los que cruza una barbaridad de gente en muy poco tiempo (a saber, Puerta de Zamora), me ha ocurrido lo más importante del día: una mujer vestida con un abrigo rojísimo, que caminaba apresurada en sentido contrario, se agachó a recoger el mechero que le había caído justo cuando pasaba a mi lado, en el momento en que encendía un cigarrillo, y dejó con su movimiento algo en el aire, un remolino de ligereza y temple, de gran agilidad, que me recorrió de arriba abajo y que puedo calificar de elegante, porque la mujer del abrigo rojísimo ni siquiera bajó la mirada al recoger el encendedor (qué gran palabra, encendedor), y siguió su camino como si tal cosa, sin percances, sin detenciones, con el cigarrillo ardiendo en la boca.

Paris je t'aime

Esa mujer no era nadie, o sí, lo que quiero decir es que no era nadie para mí ni lo será nunca, un rostro más de la vida (quizá alguna noche, en alguna siesta, aparezca en un sueño mío, solo soñamos con caras que hemos visto, nuestro cerebro no crea en absoluto rostros), pero me hizo pensar que yo he dejado de ser el mismo, al menos como imagen o rostro de la vida, porque estoy dejando de fumar, con moderado éxito.

Humphrey Bogart

Los tiempos muertos de mi cotidianidad se han reducido, o más bien han desaparecido, porque los llenaba con tabaco, o los creaba mi necesidad acuciante de encender el cigarrillo (no existe para el fumador un cigarrillo: todos los cigarrillos son el cigarrillo, y quien fume o haya fumado lo entiende y estará sonriendo), y ahora me los salto o no surgen porque a) me levanto de la cama y rápidamente voy a la ducha, b) desayuno alguna cosa, o nada, y me traigo el café al escritorio donde paso la mayor parte del día, c) aprovecho los minutos de la basura (esos que van de las dos menos diez a las dos, de las tres a las tres y diez después de la comida, tantos otros), d) no llego antes a ningún sitio para esperar en la puerta, e) procuro que mi mente esté en constante movimiento, f) procuro que mis manos estén ocupadas.

Cigarro

Lo bueno es que funciona y apenas me cuesta no fumar, lo malo es que los tiempos muertos ayudan a ser feliz, y como dijo un excelente profesor de teatro que tuve una vez, “antes fumaba, pero lo dejé: nunca he estado tan sano ni he sido más infeliz”, y yo no sé si soy infeliz, creo que de momento no porque me exalta el ánimo lo bien que voy respirando, la mayor capacidad que siento al hinchar los pulmones, la falta de tos por las mañanas o por las tardes o en el cine (esto es un blog de cine, hablemos entonces de cine, o nombrémoslo), el fin de las palpitaciones, etc., pero sé que ya no soy el mismo rostro o la misma imagen de vida porque no se me ve, al entrar en mi casa, sentado en el sofá azul con el cigarrillo en la mano, no leo junto a un cenicero, no hablo sin mirar a la cara del interlocutor porque estoy liando el cigarrillo, no se me ve a través del reflejo del cristal de un bar muriéndome de frío en invierno, etc., y esto es solamente la percepción que supongo habrá de mí, para los que me perciban.

Patty y Selma

Otros cambios, más importantes, son que ya no me huelo de la misma forma que antes, se me irá el color amarillento de los dedos índice y corazón, no saldré al jardín después de comer (en Galicia) ni veré un capítulo más de Los Simpson después de comer (en Salamanca), no tendré que cerrar un ojo mientras leo cuando se me cuele el humo en los párpados, no pararé párrafo a párrafo a coger el cigarrillo cada vez más consumido del cenicero y repasar lo que he escrito (se notará hoy, seguro), no tendré el bolsillo derecho de los pantalones vaqueros ligeramente abultado, no entraré nunca más en un estanco, nunca el humo se enroscará a mi ojo mientras escribo, broncamente, nunca volveré, nunca.

Agosto

La visión de la mujer rojísima me hizo entender que ya no soy elegante ni despliego remolinos de ligereza, ella lo es, lo fue esta tarde en el semáforo, y me hizo comprobar que yo antes lo era o al menos sí para los demás, como imagen o rostro, o al menos sí para los tontos que piensan gracias a la herencia cultural, a la televisión, al cine y a las novelas, que los cigarrillos tienen un aura o que los fumadores la tienen, como pienso yo porque lo he vivido y he sido tonto, y lo seguiré siendo aunque no fume más, hasta que muera, esperemos que más tarde (para eso no fumo, por eso me digo adiós) aunque puede ser antes incluso porque en esta vida, que es demasiado larga (como dice un personaje de Agosto citando a T. S. Eliot), cualquier cosa puede ocurrir, y para empezar algo nuevo, este nuevo yo, este artículo deslavazado, hay que despedirse siempre, ¿de qué?, del que he sido durante diez años, tantas mañanas en el instituto, tantas boquitas pintadas que aguantaron mi aliento a ceniza, tantos momentos, momentos, del yo que era y que ya no seré porque estoy huyendo de ese remolino de agilidad y elegancia que despidió la mujer cuando recogió el encendedor: ese remolino que yo admiré, que ahora solamente podré admirar porque no soy, me he despedido, ya no toso, leo más, respiro mejor, ¿viviré más?, soy como si mi alumno, misterioso y eléctrico hasta los huesos, decidiera un día que ya no quiere seguir siendo él y cambiara esos ojos de lobo por unos ojos de color negro. Vayan a ver Agosto, que es magnífica y los personajes fuman todos, o casi.

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