¿Quién no se deprime en las bodas?

Una boda es el acontecimiento perfecto para reunir a la familia y a los amigos, en especial a los que hace tiempo que no vemos, ya sea porque viven lejos, porque se ha perdido el contacto o… porque están en un centro de rehabilitación.

Este es el caso de Rachel, que debe afrontar en uno de los días más felices de su vida el regreso a casa de su hermana Kym, la oveja negra de la familia; una ex-modelo que ha pasado los últimos años entrando y saliendo de centros de rehabilitación, y que carga con un trágico suceso familiar a sus espaldas, una auténtica bomba de relojería que podría arruinar el feliz enlace.

 
El director Jonathan Demme (El silencio de los corderos) filma los días previos a la boda como si de un video casero se tratase, grabando con absoluta naturalidad momentos tan recargados como la cena de ensayo y los discursos de los invitados (algunos bastante prescindibles la verdad) pero siempre se para en el rostro desencajado de Kym, una desgarradora Anne Hathaway, que siendo consciente de la situación incómoda que provoca no puede evitar que se desentierren los traumas y rencores del pasado.

 
La sutileza de su guión, huyendo siempre del sentimentalismo fácil que impera en las películas con bodas como tema central, y los retazos de realismo en los que puedes verte a ti mismo, como esos momentos en los que quieres arreglar las cosas con alguien pero no te atreves, son las dos virtudes de La boda de Rachel con las que me quedo para el recuerdo. Y pese a todo, me encantaría asistir a una celebración tan curiosa y exótica como la de la película.

***1/2