5/10/18

Crónica del 66º Festival Internacional de Cine de San Sebastián

Por Carlos R. Hervás

Festival San SebastianSon ya unos cuantos los años acudiendo puntual a esta cita anual con el cine. Permanece inalterable mi interés por el que, junto a Sitges, es mi evento cinéfilo preferido. Y todavía queda gente que se sorprende cuando, año tras año, remuevo cielo y tierra para asegurar mi presencia en ambos, o cuando les comento que las largas jornadas me permiten disfrutar de alrededor de cinco películas al día (y que no veo más porque a menudo el sueño acumulado hace mella). Obligado a dar explicaciones, suelo recurrir al tan manido “una vez al año no hace daño”. Pero, qué demonios, ojalá pudiera ser más de una.

El Festival Internacional de Cine de San Sebastián se presentaba, en esta su 66 edición, con una de las a priori más atractivas programaciones de los últimos años. A nombres como Claire Denis, Naomi Kawase, Carlos Vermut, Isaki Lacuesta, Kim Jee-Woon o José Luis Cuerda en su Sección Oficial, se suman cintas especialmente esperadas en diferentes secciones (Perlas es la más nutrida) como Pájaros de verano (Ciro Guerra y Cristina Gallego), Un asunto de familia (Hirokazu Koreeda) o First Man (Damien Chazelle).

Todo un lujo, aunque para la mayoría, a tenor de los comentarios generalizados, no se hayan cumplido las expectativas. Nada más lejos de mi opinión, acaso porque comprendo que no solo de obras maestras vive el cinéfilo, acaso porque detecto cierta autocomplacencia en el espectador con ínfulas medio que, cargado de experiencia, y necesitando la afirmación de un criterio propio solidísimo en función de una exigencia ilusa, casi necia, cree ver, un año tras otro, una Sección Oficial “especialmente floja”.

Analicemos, pues, lo visto en esta edición, ordenando lo visto de peor a mejor. Por supuesto, y como siempre, habrá de todo.

Desde Cannes aterriza en la sección Perlas Asako I & II, lo nuevo de Ryûsuke Hamaguchi. Se trata de un film japonés que profundiza en la tan sobada por el mundo cinematográfico figura del doppelgänger a través de una (estúpida) relación amorosa entre la protagonista y dos personas de igual apariencia pero carácter opuesto. Hamaguchi juega a ser Hong Sang-soo y se queda en el intento. En esta cinta sobra ligereza (en ocasiones, nos sentimos asistiendo a un culebrón televisivo cualquiera de las cuatro de la tarde) y falta casi de todo: coherencia formal, guion mínimamente creíble, unos actores decentes… Aun queriéndola entender de manera alegórica o simbólica (van por ahí los tiros, no se me escapa), el intento es tan fútil y el viaje tan anodino que no merece la pena el esfuerzo de soportar a este trío de indeseables durante dos largas horas.

Asako I y II

Tampoco alcanzo a disfrutar lo más mínimo de Dantza, la “película poética vasca” de este año que, como un cruce entre Baraka (Ron Fricke, 1992) y Flamenco (Carlos Saura, 1995), representa una historia silente de manera figurativa a través de los bailes folclóricos vascos de una popular compañía de danza regional. Se aguanta durante 10 minutos. A los 20, uno empieza a pedir la hora. A los 30, la acumulación de efectos especiales realmente chungos y de danzas que, por desgracia, no dan para aguantar una película de más de una hora, te obliga a huir.

Dantza

No obstante, estos no los puedo considerar fiascos porque verdaderamente no esperaba tampoco gran cosa de ellos. El caso de lo nuevo de Kim Jee-Woon es muy distinto. Del director de Encontré al diablo o de El imperio de las sombras esperaba más. Se trata de una nueva adaptación de la historia de Mamoru Oshii Jin-Roh titulada Illang: La brigada del lobo, una cinta de ciencia ficción que dibuja una distopía típica ambientada en un futuro no demasiado lejano de guerras por el conflicto coreano. Son demasiados los problemas que tiene Jee-Woon para narrar una historia que se padece absolutamente enrevesada, a pesar de que la trama política es, de hecho, simplona. A unos actores pésimos hay que sumarle unas escenas de acción demasiado rutinarias, una trama que no interesa y una acumulación de finales que exaspera. Las subtramas, lejos de sumar, molestan. Uno acaba deseando que las escenas de acción resuciten una función muerta. El momento no llega.

Illang

De Felix Van Groeningen no esperaba gran cosa, pero sí de una cinta que reúne en sus papeles principales a actores de la talla de Steve Carell y de Timothée Chalamet, uno de los actores del momento. Beautiful Boy es un drama sobre la adicción a las drogas en que un padre batalla contra el problema de drogadicción de su hijo. Supongo que no debe ser fácil esquivar el sermón cuando se aborda esta temática, y Beautiful Boy no es una excepción. Su desarrollo es rutinario, sus situaciones repetitivas y su escritura (que podría haber firmado Ronald Reagan) patéticamente discursiva. Los actores, efectivamente, salvan la función de la quema máxima. Pero no pueden hacer gran cosa ante una película que se acerca más al sensacionalismo de American History X que a la sutileza de Arrebato.

Beautiful Boy

Desde Francia nos llega El cuaderno negro, una película de la directora Valeria Sarmiento, montadora habitual de Raoul Ruiz. Se trata de una película de época en que una cortesana va pasando por diferentes manos cual Lazarillo de Tormes. A pesar de que durante la primera mitad de la película observamos una narración con cierto pulso, una ambientación que, basada en elementos sencillos de bajo presupuesto, convence, y escenas cargadas de erotismo, la intriga de misteriosas paternidades que comienza a vislumbrarse tras el ecuador del film hace aguas por todos los costados. Se suceden escenas intrascendentes y momentos directamente irrisorios (que arrancaron bastantes carcajadas no pretendidas entre el público), que culminan en un final inenarrable.

El cuaderno negro

Naomi Kawase, la mítica directora japonesa, presenta en la Sección Oficial Vision, un drama con ínfulas poéticas y new age en el que ni la propia directora tengo muy claro que sepa lo que nos quiere contar. A una trama que va descubriendo su propia esencia a medida que se desarrolla (un drama familiar con saltos temporales) se unen elementos simbólicos que asocian lo humano con la naturaleza, tratada como un agente que determina nuestro destino. La filosofía de baratillo, para el que la quiera comprar. Mientras, ni Juliette Binoche ni Masatoshi Nagase salvan la función.

Vision

La colección de películas a mi juicio fallidas la cierra la premiada por el jurado ALPHA, The Right to Kill, del filipino Brillante Mendoza. No alcanzo a compartir el entusiasmo del jurado hacia una película cuyo exotismo se limita a su localización, pero que no ofrece alicientes novedosos ni en la trama ni en su desarrollo. El estilo visual, con cámara en mano, pretende ser inmersivo, pero uno se acostumbra rápido al recurso, ciertamente manido, y si acaso acaba cansando. La fea fotografía no ayuda. El guion de Troy Espiritu se cree más inteligente de lo que en realidad es: son decenas las películas que han llegado a las mismas conclusiones por vías mucho más estimulantes. También posee evidentes problemas para conseguir que el espectador empatice con los problemas de sus personajes, a pesar de que se regodee en la miseria de su malogrado protagonista. El desenlace, supuestamente contundente y pretendidamente desolador, no solo le deja a uno frío sino que es previsible.

Alpha

Mejor fue la acogida por parte del público de la cinta uruguaya La noche de 12 años, de Álvaro Brechner, recientemente escogida por Uruguay para representar a su país en los Óscar. Se trata de un drama carcelario (un género que siempre ha poseído especial aceptación) que narra la historia real de privación de libertad en régimen de especial aislamiento durante 12 años por parte de la dictadura militar de Uruguay a un grupo de Tupamaros entre los que se encontraba José Mújica. La situación terrible que narra está tratada por Brechner con especial rigor formal y el dibujo de sus personajes es sólido. Los actores trabajan especialmente bien. Los problemas vienen a la hora de insuflar ritmo a una historia en esencia monótona. A pesar de algunas escenas (directamente influidas por Cadena perpetua) que la aligeran, la cinta se atasca en su desarrollo hasta llegar a un final poco esclarecedor. Tampoco alcanza el nivel de belleza estética y de profundidad psicológica de cintas como Hunger (Steve Mcqueen, 2008). En definitiva, aunque estimable, no posee la suficiente fuerza como para trascender.

La noche de 12 años

El film austríaco de Markus Schleinzer (habitual colaborador de Haneke) Angelo bucea inteligentemente en los orígenes del racismo en Europa. Nos cuenta la historia real de Angelo, un africano trasladado a Europa con 10 años en el siglo XVIII. Tratado como un ornamento, la vida de Angelo estará sometida a diversas vicisitudes relacionadas con su permanente otredad, de la que, no obstante, sabrá beneficiarse. El estilo en la dirección es seco, pausado, con largos planos fijos que recuerdan a su compañero Haneke y que mantienen una perfecta congruencia entre fondo y forma. En su desarrollo, Schleinzer no encuentra los suficientes elementos de interés, lo que sumado a su ritmo moroso repercute en una cierta antipatía hacia la película, que se siente demasiado cerebral. No obstante, se percibe una inteligencia expositiva estimable, que compensa el esfuerzo. Los minutos finales son especialmente clarividentes.

Angelo

Son varias las películas que colocaría en un peldaño inmediatamente superior a estas últimas. Todas estimables. Algunas, gratas sorpresas; otras, ligeras decepciones, a pesar de su evidente buen nivel (todo depende de las expectativas…). Entre aquellas de las que esperaba algo más, se encuentran Un asunto de familia, First Man, Cold War y High Life. Todas ellas, de directores especialmente reputados. Tanto en el caso de Koreeda como en el de Chazelle creo que se trata de obras menores dentro de su filmografía. El japonés vuelve a sus temáticas familiares para ofrecernos una intriga algo repetitiva. Chazelle, sencillamente, no encuentra el tono adecuado, ni penetra de verdad en el enigma que plantea. Lo demás, son florituras en la dirección que comienzan siendo realmente inmersivas pero que acaban fatigando, hasta llegar a un final anodino en el que no logra emocionar. Por otro lado, no soy especial fan ni de Pawlikoswki ni de Claire Denis, aunque les reconozco los méritos profesionales. Acaso por la temática, esperaba con especial ilusión High Life. Más cercana a Solaris que a 2001, durante buena parte de la cinta admiro su novedoso tono, que insufla aire fresco a un género demasiado manido. Hacia el final, la acumulación de absurdeces puede conmigo, aunque no tumba para nada el mérito de una cinta que ganará con las revisiones. De Cold War me cuesta disfrutar más, acaso por los mismos motivos que con Ida: su excesiva asepsis me hace alejarme de cinta, que siento demasiado cerebral. Aunque admiro su aroma a cine clásico, algo que Pawlikowski consigue especialmente bien a través de la puesta en escena y, en este caso, también por la naturaleza de la historia narrada. Es una película más que estimable, aunque no acabe de casar del todo con mis intereses.

Cold War

Por otro lado, salí más que satisfecho del visionado de Yuli y, sobre todo, de Viaje al cuarto de una madre. De la nueva cinta de Icíar Bollaín no esperaba gran cosa. No soy apenas afín a su lenguaje, a las historias que a menudo nos cuenta la directora. Pero, para mi sorpresa, la película, una especie de Billy Elliot cubana despojado de la temática homosexual, funciona. El montaje intercala escenas del pasado del famoso bailarín cubano Carlos Acosta con escenas basadas en el presente en que Acosta se interpreta a sí mismo. A través de las coreografías, Acosta nos narra sus vivencias, que serán pertinentemente llevadas a imagen a través de constantes flashbacks. Bollaín y Laverty (premiado con el Premio al Mejor Guion) encuentran el equilibrio exacto para hacer que la historia funcione y que las escenas de coreografías, lejos de molestar, enriquezcan la historia. Destaca el personaje del padre de Acosta, una especie de Alfredo de Cinema Paradiso, motor para que nuestro héroe se mantenga siempre caminando hacia adelante.

Yuli

En Viaje al cuarto de una madre se respira verdad durante todo el metraje. La cinta de la debutante Celia Rico merece la mayor de las atenciones. Por un lado, explora la relación maternofilial en un momento muy concreto: aquel en que los hijos han de abandonar el nido. Por otro lado, es un estudio sobre la pérdida y la soledad. Llena de matices, la cinta sortea inteligentemente los posibles peligros y evita caer en zonas obvias o que simplemente fuesen una distracción. Consciente de lo que nos quiere contar, Rico sustrae de la historia al padre de la familia, solo presente a través de los objetos, que cobran especial relevancia en el desarrollo de la historia. Mención especial merecen las interpretaciones de Anna Castillo, una de las actrices jóvenes más prometedoras del panorama actual, y de Lola Dueñas. Ambas se meten en un papel alejado de otros registros a los que nos tienen acostumbrados. Y el resultado no podría ser más satisfactorio. Finalmente, a pesar de ser una película pequeñita, el sabor de boca es de película importante.

Viaje al cuarto de una madre

In Fabric es la nueva locura de Peter Strickland (Berberian Sound Studio). Se trata de una comedia de terror con un tono personalísimo. La premisa, inicialmente absurda (una prenda de ropa asesina) es tratada con una comicidad alejada de la comercialidad del cine americano (del que sobran las comedias de terror, producidas a espuertas). La creatividad que despliega no es habitual hoy día en el cine de terror, y en su locura y surrealismo, Strickland encuentra un lenguaje propio en que se siente cómodo. La estructura del filme, que suma dos tramas independientes unidas solamente por la ínclita prenda, funciona a pesar de presentarnos a un nuevo personaje a la hora de película. El sofisticado diseño de sonido y los montajes alucinógenos de imágenes hipnóticas dotan a la película de una personalidad virulenta. La reiteración en algunos elementos (la dependienta de la boutique) acaba saturando un poco, pero se compensa con el derroche de creatividad de que hace gala Strickland.

In Fabric

Vuelve Cuerda. Y vuelve por todo lo grande, retomando el estilo de la que para un servidor es su mejor película: Amanece, que no es poco, una de las mejores comedias de siempre. Es verdad que no todos los chistes de Tiempo después funcionan, y que ni tan siquiera su trama es muy original (véase High-Rise, de Ben Wheatley), pero es un placer observar que José Luis Cuerda, tanto tiempo después, mantiene intacto su humor, y gozamos viendo lo que se siente como un homenaje a su figura por parte de tantos cómicos y actores del momento. El reparto es irregular: no alcanzo a ver comicidad alguna en Roberto Álamo, pero me gusta mucho Manolo Solo; tampoco le encuentro la gracia a Blanca Suárez, pero por ahí está el elenco de Muchachada nui para compensar. Los chistes, en ocasiones se atropellan los unos a los otros, pero también esto era una característica de Amanece, que no es poco. En definitiva, una película obligada para los amanecistas, aunque posiblemente no todos los nuevos espectadores la disfrutarán por igual.

Tiempo despues

Ciro Guerra ya sorprendió en 2015 con esa especie de cruce entre 2001: una odisea del espacio y Apocalypse Now que era El abrazo de la serpiente, una de las mejores cintas de aquel año. Ahora, junto a Cristina Gallego, llega a Perlas su siguiente película Pájaros de verano, que nos narra la historia de los orígenes del narcotráfico en la Colombia de finales de los 60. De nuevo, se trata de una de las mejores que he tenido oportunidad de ver este año en San Sebastián. En esta ocasión, al estilo de El abrazo de la serpiente se le une una trama que tiene muchos más puntos en común con la serie Narcos, de cuyo ritmo también bebe en cierta medida. En ella, se estudia cómo la avaricia relacionada con el control del narcotráfico producía un choque con las costumbres indígenas en los pueblos Colombianos. La tensión entre vida moderna y tradición es el tema principal de una película por otra parte bella y emocionante. Si bien más convencional que su anterior cinta, Pájaros de verano se apoya en las constantes del subgénero de mafias, aderezado con algo de western, para ofrecer una cinta más digerible, aunque sin tanta elevación artística.

Pajaros de verano

Lo mejor, por segundo año consecutivo, lo encontramos en la Sección Oficial. Al igual que en la edición anterior con The Disaster Artist, también era la película que esperaba con más ganas. Quién te cantará es lo nuevo de Carlos Vermut, cuyo anterior trabajo, Magical Girl, ganaría la Concha de Oro en su correspondiente edición. En esta ocasión, entre el jurado no se encontraba, como aquella vez, Pedro Almodóvar. Y es que el cine de Vermut no podría tener más en común con el manchego. Los nexos se amplifican en Quién te cantará, añadiendo a los elementos comunes referencias a Persona de Bergman, todo combinado con un lenguaje retorcido, con personalidad propia. Las historias de Vermut están articuladas en torno a unos personajes cuya relación a menudo se basa en los engaños y las mentiras, ofreciendo guiones circulares que tienden a cerrarse al final. En esta ocasión, Vermut narra la historia de una cantante de éxito que se enfrenta a una amnesia sobrevenida por un accidente. Para recuperar su identidad perdida, la protagonista deberá contactar con una imitadora para que le enseñe a ser ella misma.

Quien te cantara

Con esta premisa, Vermut retoma la idea del doppelgänger que traíamos a colación en la primera reseña, esta vez sí con cohesión narrativa y acompañada de un lenguaje visual especialmente cuidado. De hecho, cabe destacar su evolución visual con respecto a cintas anteriores. Si bien la cinta pierde la frescura de Magical Girl, se acerca mucho a ella ofreciendo otros alicientes, como una mayor complejidad psicológica o unas interpretaciones incluso más pulidas. A destacar, una inmensa Eva Llorach que huele a Goya. La temática de la pérdida y suplantación de la identidad es especialmente profunda en ese juego de cantantes en que todas quieren ser lo que no son, y ninguna sabe muy bien quién es en realidad. Si bien el personaje de Natalia de Molina, interpretado con enorme solvencia por esta actriz de sobrado talento, desentona un poco, se antoja crucial como motor de una trama que se desarrolla con precisión de cirujano. Solo por esta cinta, el San Sebastián de este año ha merecido la pena. Le deseo la mejor de las suertes en la carrera de premios.

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