30/9/17

Crónica del 65º Festival de San Sebastián

Festival San Sebastian


Por Carlos Rodríguez.

Vuelve la mejor época del año. Vuelven los amaneceres junto a la Playa de Zurriola y los paseos por el Boulevard. Vuelven los pintxos y toda su excelente oferta gastronómica. Vuelven también las prisas para llegar a tiempo a los cines, las colas interminables y los madrugones para coger número en las taquillas, en una ciudad que es capaz de concentrar todas las estaciones del año en una sola semana. Vuelve el cine a San Sebastián, y un año más he tenido el placer de estar allí para disfrutarlo.

Comenzamos así la crónica de este año repasando todo lo que he tenido oportunidad de ver en las diferentes secciones de la presente edición del Festival.

Si algo ha destacado por encima de todo ha sido, por desgracia, un cierto bajón de nivel (en lo cinematográfico) con respecto a ediciones anteriores. Observo verdaderos problemas en los creadores para conseguir productos novedosos, historias interesantes o al menos narraciones con alma, con garra. Y así, asistimos a un Festival dominado por las medianías. Películas en su mayoría con buenas intenciones y factura solvente, pero carentes de verdadero ingenio creativo, de eso que hace a las películas perdurar en el tiempo, en la memoria de los cinéfilos.

Por ir elevando el nivel de loa, comenzaré comentando las películas que menos me han gustado y dejaré lo mejor para el final, porque estas películas han acabado salvándome el Festival, y me quedo con lo positivo.

El secreto de Marrowbone es una película de intriga con tintes de terror. Cuenta la historia de unos hermanos que tratan de dejar atrás un pasado que se antoja trágico refugiándose en un viejo caserón alejado de la civilización. El arranque convence, con una elipsis que provee de un espacio narrativo que el espectador deberá ir rellenando a medida que avanza la trama. Pero a partir de aquí comienzan los problemas. La historia, articulada en torno a giros del guion y a un misterio sostenido que solo funciona en la primera mitad de película, resulta un remedo de otras películas que ya hemos visto, como Los Otros (que tampoco es que me encante, por cierto), dejando una molesta sensación de déjà vu. Los actores están sobreactuados y no te los crees, historia de amor inverosímil mediante, con momentos bastante ridículos. Solo te satisfará si tienes 12 años y es la primera película de terror que ves en tu vida.

El secreto de los Marrowbone

Mención aparte merece la banda sonora de Fernando Velázquez, en la línea de sus detestables trabajos para el presente productor, Bayona, que no parece darse cuenta de que eso de subrayar los sentimientos tan toscamente no es una buena idea. Suena impostada, y juega la baza del golpe orquestal-susto de manera bastante chabacana. En fin, el pestiño del Festival.

Ha habido algún otro fracaso, pero ninguno tan notorio. En la SO tenemos Licht. Es una película austriaca que narra la historia real de una pianista ciega en el siglo XVIII, de cómo el tratamiento para su ceguera fue acompañado de una pérdida de talento musical. La idea no es tan original como parece, pero el problema es que se derrumba, incapaz de insuflar vida al relato a pesar de los esfuerzos de una actriz que hace lo que puede, pero que acaba cayendo mal. Es plomiza y carente de ritmo, y finalmente domina la sensación de desaprovechamiento.

En Horizontes Latinos, tenemos Medea, otro de esos pequeños fracasos, acaso no tan sonado, pero igualmente olvidable. La historia gira en torno a una adolescente que oculta su embarazo a su entorno, alienada por una sociedad, la costarricense, cuyo Estado, recordemos, es católico y tiene prohibido el aborto. La protagonista es comparada con la femme fatale de la Grecia Clásica en sus intentos de liberarse de aquello que la constriñe (el embarazo), y es dibujada como una especie de heroína moderna. El problema es que el relato no ofrece los suficientes elementos de interés, a pesar de la corrección formal. El tono es plano, la historia es escasa y al final es olvidable, sencillamente.

Medea

A partir de aquí, dominan las mencionadas medianías, que las ha habido en casi todas las secciones. Películas todas decentes, en mayor o menor medida, pero sin los suficientes elementos de interés, o con demasiados altibajos.

Empezando por las de Horizontes Latinos, que han sido la mayoría, tenemos la argentina La novia del desierto, un sorprendente debut que sabe lo que quiere, bien dirigido y sobre todo muy bien interpretado por una omnipresente Paulina García, sobre cuya mirada se sustenta el relato, otorgándole peso al lenguaje visual mediante el juego de enfoques. Acierta en su deseo de transmitir ternura y complicidad con su personaje principal, en una parábola sobre la vejez en relación a los tiempos en constante cambio, pero la temática no me resulta del todo interesante, siendo a la postre un drama bien contado pero menor.

Desde Argentina (aunque en la SO) nos llega también Una especie de familia, otro drama bien narrado y con ritmo, que se carga a los hombros una soberbia Bárbara Lennie, cuya interpretación femenina es probablemente la mejor del Festival, pero con un argumento de telefilme de la hora de la siesta. Imaginación, cero. La crítica social de denuncia de las desigualdades no basta.

Una especie de familia

Por terminar con las argentinadas, tenemos La educación del rey, otro drama más de andar por casa, sostenido por un ritmo más que decente y por la construcción de alguno de sus personajes (concretamente, el del guarda de seguridad, coprotagonista del relato, que es la bomba). Pero de nuevo el argumento es simplón, la carencia de medios es notoria, ocasionando problemas de verosimilitud (nunca he visto una mafia policial corrupta tan cutre) y las actuaciones, salvando la mencionada, dejan mucho que desear.

Y acabando la Horizontes Latinos más anodina de los últimos tiempos, nos encontramos con la venezolana La familia. Posee un potente arranque, bien dirigido, loable sobre todo en su duro retrato de la ciudad (que se erige tercer protagonista del relato) y en la dirección de los niños (no es cosa menor para alguien acostumbrado a direcciones patrias de niños penosas), pero se empieza a hundir en su propia falta de ambición. La narración es sobria, realista, pero algo plana, y apenas aporta nada nuevo en su intención de reflejar las desigualdades sociales en Caracas. En este sentido, sobrevuela la sombra de la laureada Desde allá, que ofrecía algo parecido pero con un resultado muchísimo más pulido.

La familia

También encontré otra medianía en mi incursión en Nuevos Directores. Se trata de la francesa Le Semeur, un drama (dramilla) ambientado en la Francia de Napoleón III que cuenta la historia de un pueblo de mujeres que, huérfanas de hombres, pactan procrear en común con el primero que pase por allí. Por allá que pasa uno, la protagonista se enamora y deberá enfrentarse a su promesa. El argumento es bastante tontorrón y banal, pero da para articular una historia ligera en torno a ella que se ve con cierto interés, apoyada en un correcto sentido del ritmo, en una fotografía de interiores cuidada, en un suave sentido del humor y en un fino erotismo. Es bastante inocua e inocente, ideal para un tipo de público que se halla, por suerte o por desgracia, en mis antípodas.

La Sección Oficial por suerte solo me ha dejado dos así, pero no sería por falta de posibilidades, sino más bien por el poco interés que, en líneas generales, me produjo la sección. Aparte de Una especie de familia, tenemos la griega Love Me Not, de Alexandros Avranas, un pastiche de Lanthimos y Haneke cuyo mayor defecto es, quizá, haber llegado muy tarde. Esta película ya se hacía en los 90 (y mejor). Sus mayores aciertos son los paralelismos que relacionan su historia con la actual crisis griega, y un perverso guion bastante redondo. Pero trata desesperadamente de subvertir con mecanismos para nada novedosos, en su forma de mostrar la violencia de manera cruda e impactante, y ni el drama está a la altura de los dos directores mencionados, ni cuenta con el humor negro de Lanthimos, ni con la madurez de Haneke. Al final tenemos un producto que pide a gritos llamar la atención pero que funciona mejor en su primera mitad, cuando es una película cuyo misterio aún no se ha desvelado del todo.

Love Me Not

Perlas, a menudo la sección que aglutina los éxitos más sonados, no ha estado carente de medianías que no han cumplido las expectativas. En primer lugar, tenemos la última película de Hirokazu Koreeda, El tercer asesinato, que gira en torno a un grupo de abogados que trata de defender a un asesino confeso, hasta que comienzan a dudar de su autoría. La historia se sigue gracias al pulso narrativo y la habilidad tras la cámara, marca de la casa, planteando algunas soluciones visuales realmente bellas, sobre todo en los diálogos entre los dos protagonistas. Pero las cuestiones morales que plantea son algo pueriles, impropias de un creador que considero muy maduro. Su personajes son clichés y no se termina de epatar con ellos, recordando más a ese cine medio japonés tan impostado que a la finura de la mayoría de producciones de Koreeda. Por desgracia, obra menor en su filmografía.

El tercer asesinato

Esperaba mucho de En realidad, nunca estuviste aquí, la última película de la directora Lynne Ramsay, pero se queda a medias. La trama sigue a un sicario interpretado por Joaquin Phoenix que deberá rescatar a una niña secuestrada con fines sexuales. La historia nos habla de los traumas, de la imposibilidad de olvidar, de perdonar, y de la necesidad de redención, pero está enunciada de una manera que no me apasiona, a pesar de algunos detalles de interés, como lo medidos que están los estallidos de violencia, que casi siempre es representada fuera de campo. Por desgracia, ni es la mejor actuación de Phoenix, que creo que ha estado mejor en todas sus otras apariciones recientes, ni la historia es demasiado original, sintiéndose un remedo de otras películas que ya hemos visto.

You were never really here

Acabando ya el museo de las medianías, la última de Perlas es un reciente estreno en España, Madre!, lo nuevo de Aronofsky. Sus aciertos polarizarán al público. Creo que Aronofsky está más preocupado de llamar la atención que de trazar un relato atractivo, lo que se traduce en pantalla en un supuesto caos que más bien siento como gritos de desesperación del director rogando molar, buscando personalidad en la construcción de la historia. Es un problema la sensación de que el director interpela al espectador con esos mimbres tan obvios y diría que chabacanos (el momento de la paliza a Jennifer Lawrence es de lo más basto que he visto en mucho tiempo), pero más problemático es que no se consiga empatizar apenas con la historia, que da bastante igual. Por mencionar solo alguno de sus problemas, nombraré el más obvio: el casting no funciona. Lawrence y Bardem caen mal, y no tienen ninguna química. Parecen estar haciendo cada uno la película por su lado.

Mother

A partir de aquí, la Sección Oficial eleva un poquito el nivel, con películas que ya merecen más la pena, que no me importaría volver a ver.

De un lado, tenemos El autor, lo nuevo de Manuel Martín Cuenca. El director almeriense posee personalidad, y sabe insuflar vida a este relato sobre los problemas creativos y la inspiración, magistralmente interpretado por un Javier Gutiérrez que está para repetir Goya, totalmente entregado a su papel. Su humor ácido funciona, en un relato hiperbólico cargado de ironía y mala leche, con el que es fácil identificarse. Ojalá no perdiera fuelle hacia la mitad de película, a pesar de alguna que otra escena brillante, porque va de más a menos y al final queda un regusto de cierto desaprovechamiento. Es una pena. Pero la película merece mucho la pena.

De otro lado, la SO nos trae una rara avis, un documental marino rodado en 3D, producido por Schwarzenegger y dirigido por el hijo de Cousteau: Wonders of the Sea 3D. Lo primero que destaca es su preciosa fotografía, el mejor 3D que he visto desde Gravity, y no exagero. Así, el motivo de atracción principal que posee la película es lo extremadamente bello de sus imágenes, que, por el contrario, parecen fruto del haber pasado por allí y haber visto eso. Así, la película se torna irregular, incapaz de encontrar drama en sus imágenes, que en ocasiones parecen una mera sucesión de preciosos salvapantallas. Además, el alegato ecologista queda algo impostado e hipócrita saliendo de la boca del exgobernador. En fin, merece la pena solo por ver las impresionantes imágenes logradas por el equipo, pero hay muchas películas similares, y mejores.

Wonders of the Sea

Podemos rescatar algo más de la SO. Es Pororoca, un drama rumano que narra la historia de un padre que pierde a su hija en el parque, siguiendo la desesperación de la pareja por encontrarla. Es una película que explora los límites de la culpa, apoyándose en unos actores más que decentes y sobre todo en una dirección que brilla en determinados momentos. Para muestra, la escena de la desaparición, al comienzo, un auténtico tour de force en plano secuencia larguísimo, bastante impresionante. Por otro lado, la película posee demasiado metraje, sintiéndose algo irregular, y la decadencia psíquica que sufre la pareja y sobre todo su protagonista termina por írsele de madre.

Volviendo a Perlas, encontramos dos películas más que decentes, que podrían haber dado más de sí, pero que ante tanta mediocridad, se yerguen. Una de ellas es Borg McEnroe, una película sueca cuyo principal éxito es construir un relato entretenido en torno a una supuesta rivalidad (basada en los famosos tenistas Björn Borg y John McEnroe) que en realidad nunca se llega a sentir como tal. Así, falla al construir el drama y equivoca a su protagonista, entre otras cosas porque LaBeouf es mucho mejor actor. El tramo final se ve con suficiente emoción, pero da la sensación de que nunca despega del todo, de que nunca llega a ser la Rush que querría ser.

Borg McEnroe

La otra es la laureada Custodia compartida, del francés Xavier Legrand. En términos narrativos, posee un comienzo potente, contándonos toda la historia a través de los abogados de una pareja recién separada que lucha por la custodia de sus hijos. Su problema es que no despega realmente hacia la mitad de la película, y para entonces hemos perdido la capacidad de empatía con los personajes, que por otra parte habitan una historia poco original. Con todo y con eso, me quedo con su impactante final, de los mejores minutos de cine de todo el Festival. El último plano nos hace partícipes de la violencia doméstica como observadores, una posición incómoda pero absolutamente necesaria.

Y ahora pasamos a comentar lo mejor del Festival. Esas películas que hacen que haya merecido la pena la selección, y la visita. Ruben Östlund, uno de los puntales de la filmografía europea del momento, nos trae su flamantemente recién premiada en Cannes The Square. Y aunque ahonda en las temáticas preferidas del director, por fin encontramos un argumento original de verdad. A través de un humor incómodo y ácido, critica a los vendehúmos en el arte y, por extensión, a la hipocresía de la indolente sociedad sueca. Lo brillante es que encontramos algunos elementos que parecen sacados de contexto, pero que están puestos ahí para hacernos reflexionar sobre las mismas cosas que sus protagonistas, en una suerte de metarrelato que solo Östlund podría así filmar. Por otra parte, y aunque el humor funciona, la gracia se desinfla algo en la media hora final, que alarga innecesariamente la película.

The Square

Si Östlund es un puntal reciente, qué decir de Haneke, con una trayectoria ya más que consolidada. Su reciente Happy End no será la mejor película de su excelsa filmografía, pero es más que suficiente para sobresalir por encima de la media. A sus habituales críticas a la alta sociedad, esta película añade un suave humor negro que no había explorado hasta ahora Haneke en su filmografía, amén de introducir en la combinación al personaje de la niña pequeña, a través del cual se critica la frialdad y ferocidad de las relaciones actuales entre los jóvenes, formadas pantalla mediante, con esa necesidad de compartir nuestras vidas que en realidad es mero reflejo de la vacuidad dominante. De todo ello habla Happy End, una especie de continuación velada de su anterior largo Amor, con personajes que parecen tenerlo todo y no tienen nada. A destacar, las escenas que comparten la niña protagonista y Trintignant.

Happy End

Terminando ya, las dos mayores joyas me las ha dejado la SO. En primer lugar, tenemos Morir, la segunda película de Fernando Franco tras su aclamada La herida, que prosigue explorando las relaciones sociales en torno a la enfermedad. En este caso, a Marian Álvarez le toca vivir en el lado contrario, cuidando de su novio terminal. Lejos de caer en sentimentalismos baratos, Franco realiza un estudio íntimo y elegante, apoyado por unos intérpretes más que buenos, con química, articulando un relato mediante grandes elipsis que nos hacen partícipes del deterioro mental y físico, y de cómo este se relaciona con el deterioro de la pareja. La película, que refleja la cotidianeidad de la pareja con sorprendente naturalidad, nos habla de la incomunicación, del miedo y de la desconfianza ante esta situación trágica. Posee un final doloroso, tenue, con unos excelentes planos finales que bien justificarían cualquier premio, confirmando el repunte de calidad en el cine Español de 2017. Franco se supera con esta película y consigue una total complicidad con una historia que parece pequeña, pero que en realidad es la vida misma.

Morir

Por último, la película que redime al Festival entero: The Disaster Artist. La esperada comedia de James Franco, que explora los pormenores creativos en torno a uno de los mayores éxitos de culto cinematográfico de serie B de los últimos años (The Room), es un triunfo en todos los sentidos. Posee frescura, ofreciendo un relato con ritmo en que el humor funciona en todo momento. También unas excelentes interpretaciones, destacando la principal de un Franco totalmente entregado al extravagante personaje de Wiseau, al que parece respetar y admirar. En este sentido, cabe reseñar que el mito en torno a Wiseau está casi hagiografiado, y aun así se siente fascinación hacia lo que nos narra. Esto se produce porque parece evidente que todos se la pasaron bien haciéndola, y nos contagian ese buen rollo a los espectadores. Esto solo no sería suficiente si no fuera porque todos los elementos de la película están perfectamente medidos, perfectamente colocados en el relato para que no haya apenas altibajos. Es una película que cae bien, sin forzar los mecanismos de la empatía, lo cual ya es bastante complicado y complejo. Gustará a la mayoría, hayas visto o no The Room.

The Disaster Artist

Con The Disaster Artist ponemos así la guinda al Festival, coincidiendo además con mi marcha de la ciudad, en un inmejorable final que hace que te marches con una sonrisa de oreja a oreja, y te quedes desde ya deseando poder volver a tener la oportunidad de retornar a esta mágica ciudad el año que viene, y todos los siguientes.

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