16/5/12

El rincón de Chechu: Inercias

Un soneto me manda hacer Violante,
que en mi vida me he visto en tal aprieto;
catorce versos dicen que es soneto:
burla burlando van los tres delante.
[…]

Lope de Vega.


Vamos a ver. Hoy tengo que escribir, pero mi mente está por otros lugares. El final de una etapa y el comienzo de otra siempre es ajetreado, y entre graduaciones, comidas, papeleos, becas y entrevistas, uno se olvida de lo importante y se centra en carruseles, en el futuro; en fin, en sus posibilidades de ganar dinero y continuar haciendo lo que mejor se adapte a sus objetivos.

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Llevo más de una semana sin ver una película, y no es por el calor sofocante —ya saben que soy poco amigo de céspedes y esparcimiento urbano—, ni por el olor a verano —a falso verano, porque en mi tierra huele a mar y a hierba recién cortada, y en Salamanca a esparto y piedras—. Así que, veamos, ¿qué tengo por aquí? Todo está limpito, mi habitación brilla después de que ayer me tomase la molestia de mover los muebles y repasar a fondo la mierda que se había ido acumulando. Incluso tuve que pedir ayuda, porque se trataba de una empresa titánica que me acojonaba sobremanera. Pero en fin, ya está, y los lomos de mis libros de cine relucen a mi derecha, apoyados sobre la mesa. También relucen mis películas, acumuladas durante años, sin el polvo característico que las aplasta. Libros por un lado, películas por otro. En el medio yo, intentando escribir este artículo mientras escucho a Johnny Cash. Tengo puesta la camiseta del Dépor, porque hoy jugamos a las ocho. Una copilla de anís, y el paquete de Orígenes reposando a mi izquierda. Pausa, trago de anís, voz rota de Johnny. Golpes de tecla, pájaro cantando desde mi ventana abierta, coche que pasa.

Johnny Cash

Cuando se escribe un libro, cuando se rueda una película, el resultado final es el que llega al público. No se sabe nada de las influencias del artista, de las tardes, noches, que ha pasado madurando la idea; del impulso que una vez le hizo crear, de las miradas ausentes que le trajeron líneas de sombra. Tampoco se vislumbra dónde estaba en todos esos momentos, qué objetos lo rodeaban, si hacía calor o si su equipo de fútbol jugaba un partido importante tres horas después de la última línea de diálogo del protagonista, página cuarenta, capítulo cinco. Si está soltero o tiene niños que llevar al día siguiente al colegio, si es un desgraciado y, poco antes de rodar aquel maravilloso plano, había golpeado a su mujer con un cenicero.

Fellini

Uno de los libros de cine a mi derecha se titula Vidas secretas de grandes directores de cine, y en él pude comprobar cómo Fellini dibujaba y anotaba todos sus sueños, antes de ver realmente aquellas pinturas y notas en la exposición Fellini’s Obsessions, que tuve la oportunidad de disfrutar en el TIFF de Toronto, el verano pasado —allí el verano huele a espaguetis hirviendo, a sudor—.

Vidas secretas de grandes directores de cineTrago de anís, pausa. Cigarrillo liándose. Esperen. Crear no sólo es tener talento y capacidad de trabajo, es sobreponerse a la vida, a la rutina, a las inercias. Un artista debe encerrarse en sí mismo, aislarse de la realidad que lo aplasta (igual que el polvo aplastando las películas y los libros, el polvo es tiempo y las obras son arte), desconectando su cerebro y su corazón de sí mismo. Si alguno de ustedes intenta crear, sabrán de lo que hablo. Si se busca la elevación, la diferencia, el arte, hay que despojarse de la linealidad del tiempo, kronos, y despertar en un mundo diferente, infinito, que nos permita traducir las sombras de las que venimos y hacerlas visibles, allá desde el otro lado, a todos los demás. Y el público, si es que entiende, si es que conoce, valora el arte y la creación no sólo por el resultado final, y valora al artista no sólo por lo que ha hecho y por lo que transmite: valora la fuerza indescriptible que le hace despegar del suelo y traducir, desde otra realidad lejana, invisible, la realidad de todos, y dotarla de idea, de pasión, de emoción estética.

CoruñaPor eso, amigos, aquí está la prueba. Para mí son más fuertes las rutinas que me envuelven, los libros y las películas sobre la mesa, la ventana —ahora pasa una moto, odio el ruido de las motos—, esa copa de anís que ya está vacía, o mi camiseta del Deportivo. Para mí, hoy, es más fuerte la inercia que el impulso, que la búsqueda de otra realidad, que ese sueño incesante y complicado de escribir, de elevarme por encima de las banalidades y de mí mismo. Para mí es más importante haber limpiado mi habitación ayer, y haber hecho hoy la compra. Y aunque mi habitación esté reluciente, y dé gusto estar aquí sentado, yo estoy lleno de polvo, aplastado de polvo, y lo único que ha merecido la pena de escribir este artículo es que ya lo he terminado, junto con mi copa de anís y mi cigarro. Inercias poderosas, invisibles, que me atan a su realidad mediocre.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Limpiar por amor... jajaja

Hasta los grandes necesitan un respiro, aún con la camiseta del dépor y maldiciendo como un hombre de taberna, eres un escritor, un cinéfilo y un señor de su casa! jajaja

Cristina Riveira dijo...

¡Ay el final de curso y el comienzo de otra etapa....como pesa! Habría que hacer yoga :-)