7/2/12

El rincón de Chechu: Ayer, mañana, un año

El mal procede de menospreciar las leyes naturales que nos enseñan a trabajar, y de poner la riqueza en el oro y la plata.

Francisco Umbral, Los helechos arborescentes.


Cuántas veces hemos tenido miedo en la vida, ante el futuro incierto o el esfuerzo de empezar algo nuevo, atenazados por las dudas y por el trabajo futuro, por exponer ante los otros algo de nosotros mismos que amamos, o que valoramos, algo que creemos hacer bien y en lo que ponemos toda nuestra ilusión y nuestra esperanza. El miedo, ese temblor de gotas que siempre nos acompaña y nos susurra al oído la palabra fracaso, el verbo perder, el color gris de la desesperación de fallar, de no alcanzar un objetivo, no superar un reto, no mejorar, o no ser reconocida nuestra valía por los otros, esos otros que son el infierno, como decía Sartre, porque en ellos descansa la vara de medir y el mazo de los juicios, y nosotros somos sólo una cabeza en la ventana, dos manos que salen a la superficie y agarran el aire, asustadas ante la posibilidad del primer garrotazo que las haga volver a sumergirse.

Bambi

Había un niño, quizás recuerden, que fue una vez al cine y vio la película Bambi escondido entre dos butacas, temiendo la ira del fuego naranja, olvidando que su madre estaba sentada junto a él y que allá fuera en la ciudad de provincias la lluvia seguía cayendo y el mar se balanceaba como siempre. Un chiquillo que olvidaba por primera vez la escuela del día siguiente porque en el bosque de los ciervos nunca había colegio, ni otros niños, y no existían las aceras ni los zapatos de invierno con agujeros. Aquel que era yo, que fui yo, que sigo siendo yo, no sabía nada del cine y no conocía la magia de transportarse a otro tiempo, a otra realidad más poderosa y viva que la suya, y tampoco sabía lo que era perder y ganar y levantarse todos los días y aprender y dar besos y amar y el dolor.

Dragon Ball

Quizás creció, o quizá siguió siendo siempre un muchacho de cara inflada y pelo débil, un muchacho de ojos brillantes, vivaz y charlatán, y saltarín y sensible, que mira las cosas con ansia y se hunde al más mínimo gesto de desprecio. Pero aprendió con Dragon Ball, allá por los viejos tiempos, la sonrisa suficiente del orgullo y el sonido, plas, de una bofetada certera. Conoció los entresijos del deporte y la superación con Oliver y Benji, y las historias de amor, de príncipes, de princesas, de brujas malvadas y héroes y villanos en la factoría Disney, viendo La sirenita o El rey león, La bella durmiente.

Un loco a domicilio

Descubrió poco a poco lo que era tener un hermano y hacerse responsable de él y de sus miedos, de su piel suave y sus ojos fieles, porque crecer con alguien es no crecer solo, y no se puede pagar con nada el orgullo de mirar a tu lado y verte a ti mismo pero más joven, un hermano pequeño, un espejo eterno de lo que se ha sido y de lo que se quiere ser, otros ojos oscuros y vivos en los que mirarse día tras día y otro cuerpo al que sentir, allá al fondo del pasillo, cuando las pesadillas despiertan y la luz no existe pero existe el olor y la respiración y todo es seguro porque nada puede ocurrirte si él está contigo, compartiendo las horas de tarde y los bocadillos, las series de dibujos y las historias, las mañanas de juegos en bata, las peripecias adolescentes, los logros y los fracasos, los viajes y la nieve, Fullmetal Alchemist, Jim Carrey, llorar juntos y sonreír después para siempre.

Woody Allen

También creció aquel chiquillo, o no creció porque todavía es un niño perdido como Antoine Doinel, en medio de una familia verde y azul, campo y océano, terra querida, que siempre estuvo a su lado y siempre lo apoyó y lo dejó hacer, equivocarse por sí mismo, aprender a solas, y después lo ayudó a despertar o salir del sueño o a no bajarse nunca más de él, y a luchar con garras y dientes por un futuro que a veces tiembla y que nadie conoce. Las uñas y la piel dura con la que hay que agarrarse a los días, a lo que está sucediendo, la certeza de saber que todo lo que se consigue viene del sudor y de las madrugadas insomnes o las mañanas oscuras, cuando hay que estar despierto porque los demás duermen, porque es precisamente ahí donde se fragua el talento o la victoria, aprovechando que los demás descansan y tú trabajas en silencio. Tanto juego de hombres, tantas veces las cinco de la tarde con Woody Allen bromeando en el salón, y todo supervisado por la muerte de las luces, amarga y dolorosa pero también confortable, porque da calor en los días fríos y en las teclas que se pulsan, porque permite recordar el pasado y descubrir que los latidos apagados siguen latiendo en ti, y que la ceguera se ha vencido, a través de tus ojos, y sonríe lejos, cerca, desde algún lugar desconocido.

Ponyo

Los niños pequeños, con esas pupilas brillantes, la hermana bondadosa y tierna que mira desde abajo igual que mira una rana, acurrucada en su mundo de saltos y en sus trajes color de rosa, en sus carreras con prisa y su inteligente forma de razonar las cosas que nadie más posee y que ella entiende porque es una niña y juega con ventaja, comprende a Miyazaki y sabe quién es Ponyo y lo quiere como a un amigo. La forma en que bailó alrededor, o se miró aquel día en el espejo con trenzas enroscadas cayéndole por los hombros, el transcurrir del tiempo que la lleva poco a poco de la inocencia a la conciencia y quizás al dolor. Está creciendo igual que creció aquel niño, y a veces todo se congela y sería mejor dejarlo como está, porque la vida avanza y no perdona a nadie y a todos nos toca sufrir, y ahí está la belleza.

Los puentes de MadisonLuego están las malas decisiones y lo que se aprende de ellas, la capacidad de amar y de superar adversidades, el egoísmo puro de hacer daño y de no pensar en los demás, en ellas, en esas otras que compartieron tanto y fueron tan buenas para él, y que él desterró quizás sin quererlo o simplemente porque la vida es así, y nunca da tiempo a pensar, y cuando lo hacemos ya es demasiado tarde, Los puentes de Madison, y el corazón nunca se acaba de secar del todo. Pero todas ellas siguen presentes y sus zapatillas rojas suenan aún en el pasillo, o sus gritos en los portales, o aquellos ojos verdes de mirada serena, y muchas veces las recuerda y sonríe, y espera que todo les vaya bien, y que la vida les dé todo lo que merecen porque merecen el mundo.

El bueno el feo y el malo

Y al final llegó la planicie, y los campos de trigo dorado, o quizás no al final sino al principio, porque toda meta no es una meta sino el primer paso hacia los sueños, el cine, hacia los sueños, la literatura, y todas las personas que se encontró en esta nueva estación que quizá esté cerca de acabar también, las fotografías, Bergman, El bueno el feo y el malo, todos los anises y las miradas roncas de madrugada. Por fin los rizos de ella, sus rizos eternos y mágicos, recortándose contra la ventana como lágrimas en la lluvia, el niño mirándola con la certeza, por primera vez en su vida, de que puede ser ella, de que quizá sea ella, de que lo es, seguro, de que acabaron muchos días pero siempre empezará uno nuevo, el corazón lleno por fin, la piel suave y la voz de seda, las noches cálidas y los besos, el futuro juntos.

Todo este año, en fin, que llevo escribiendo para ustedes. El fin pero el principio, algo nuevo aquel febrero de dos mil once, algo viejo ahora, algo que comenzó con ilusión y se mantuvo con trabajo, el valor de dar una parte de mí mismo y de compartirla, de sentir que al fracaso hay que mirarlo a los ojos, llorar de rabia y seguir adelante, porque cuando uno se olvida del oro y de la plata, de lo insignificante, y trabaja para conseguir algo, siempre sale bien y siempre hay suerte. Gracias a todos por haberme leído este año, y gracias a Blanch por darme la oportunidad de escribir en su vida, porque esta página no es más que su vida, no es más que sus sueños, y siempre es difícil compartir los sueños con un extraño.

5 comentarios:

C.R.F. dijo...

Y gracias a ti por compartirlos con todos nosotros.
Los sueños se cumplen, seguro, sobre todo si se buscan con tanto anhelo.

Segolardo dijo...

Enhorabuena por un año corto e intenso. Ahora, cabroncete, deja de hacernos llorar de una vez!
Un abrazo hermano.

R.E.M dijo...

Ayer, mañana, siempre.

Te has puesto verdaderamente emotivo. Conviertes el repaso de un año en toda una poesía cinematográfica.

Blanch dijo...

¡Cómo pasa el tiempo! Aunque la verdad, ya no me imagino el blog sin el rincón de Chechu jajaja. Espero que en todo este tiempo te hayas sentido como en tu propia casa y que podamos celebrar muchos más aniversarios juntos, hasta que te fiche algún medio importante o tengas tu propia web... Seguro que lo primero ocurre antes que lo segundo jajaja.

Un abrazo!

Lotto dijo...

Una vez más, increíble. Me quedo con “…recordar el pasado y descubrir que los latidos apagados siguen latiendo en ti…”.
Nos hacemos mayores, hay más distancia entre nosotros, geográfica claro jeje, pero SIEMPRE habrá tiempo para un licor café y una conversación y para unos “champús” y las posteriores liadas jeje. Un abrazo desde dónde siempre llueve, pero hoy hace sol.
Abrazote.