31/1/12

El rincón de Chechu: Anda, alégrame el día

¿Saben lo que es una ventana? Sé que sí, pero voy a explicárselo escribiendo. Una ventana es una abertura en la pared que aporta luz al interior de una construcción. Suele estar cubierta con cristal, y tiene diversos mecanismos de apertura. De arriba abajo, de un lado al otro, igual que una puerta, hacia dentro o hacia fuera. Pero concretemos en esta que tengo yo enfrente, por ejemplo. Ésta es rectangular y tiene los bordes blancos. Se abre con una manilla del mismo color. Y por fuera se ve una persiana a medio bajar. Así es mi ventana. Normal y sencilla.

Sobre mi mesa hay, por este orden, de izquierda a derecha: una cartera de cuero negro; un teléfono móvil, también negro; unas llaves, tres, para ser exactos; un disco duro externo con los bordes rojos —también es negro, quizá soy un pesimista y no me había dado cuenta—; una pitillera plateada que me regaló mi hermano; un paquete de tabaco de liar, marca Orígenes; un recibo de correos; una taza de Nueva York con bolígrafos; mi ordenador; mis manos que se mueven sobre el teclado; una botella de Coca Cola Zero rellena de agua y sin etiqueta; un cenicero con cuatro colillas; una petaca y varios libros.

En la pared blanca, sobre mi pantalla, cuelga un póster de la cara de Vito Corleone en El padrino, estilo Pop-Art, en negros, blancos y fucsia. En el resto de mi habitación están la cama, otra mesa, una estantería, tres sillas y un armario. Hay una televisión colgada en una de las paredes y más cuadros. Ahora estoy sentado aquí, escribiendo mi artículo de hoy, dándome prisa porque tengo que ponerme a estudiar. Mis compañeros de piso andan a lo suyo, como yo. Y en mi cocina hay mucho desorden.

Poster J. EdgarEsto no es una crítica. Ni un artículo normal. La crítica la tendrán en unos días en este blog, firmada por mi amigo Blanch, y mi artículo normal el martes siguiente. Ayer fuimos a ver J. Edgar, la nueva película de El sargento de hierro. Y bueno. Qué decir. Lo único positivo que se me ocurre es que al final —muy al final, no se vayan a pensar—, acaba. Yo pensé que después del truño de Más allá de la vida, que me provocó sonoras carcajadas de espanto en el cine el año pasado, el gran Clint Eastwood iba a volver a lo que siempre ha sido: un cineasta genial e incomparable, capaz de rodar obras como Los puentes de Madison, Sin perdón, Mystic River o Gran Torino. Pero ‘chiquita desepsión’, como diría mi tinerfeño Fanboy.

J. EDGAR

J. Edgar no es un biopic, ni es una historia de amor, ni es un documental, ni es una trama judicial, ni es nada. Es toneladas de maquillaje ridículo, toneladas de palabras y toneladas de aburrimiento, sueño, bostezos y resignación. Cómo ha llegado a este punto Clint. Les juro que pensé que lo del desastre tsunaminero del año pasado había sido un patinazo, ya saben, presiones de productoras, necesidad de pasta, mala elección de un guion, en fin, esas cosas. Porque lo que no se puede hacer a estas alturas es dudar del talento de William Munny. Es, y siempre lo ha demostrado, un coloso del cine.

J. Edgar

Sin embargo, todo cambia y el tiempo pasa, y las ideas se acaban o se transforman, que es peor y más doloroso. J. Edgar está llena de errores, y no sé por dónde empezar. Quizá Blanch los escriba, o los pase por alto, así que tampoco voy a romperme demasiado la cabeza. Narrada a saltos, en varias líneas temporales, J. Edgar se empeña en remarcar cada imagen, cada situación, con una jodida voz en off que aplasta las ilusiones y la cafeína de cualquier espectador normal. No cuentes con palabras lo que puedas mostrar visualmente, norma elemental y de todos conocida. Pues no. Aquí la imagen pasa a un segundo plano, hasta convertirse en mera comparsa de la voz del viejo Hoover —doblaje pésimo, además—, hasta dejarnos con la extraña sensación de haber escuchado a un cuentacuentos en lugar de haber visto una película.

J. Edgar3

Luego está la historia, que no existe pero que existió. Porque J. Edgar Hoover fue el hombre más poderoso de América y una figura sin duda interesantísima y crucial de la historia contemporánea. Sin embargo, Clint Eastwood —o el guionista, supongo— se empeña en mostrarnos trozos al azar de su existencia, conversación tras conversación, informe confidencial tras informe confidencial, y pasillos tras pasillos. No es la acción lo que hace avanzar la trama —si es que avanza, o si es que existe tal trama— ni la que define a los personajes. Son ellos hablando. Si J. Edgar es un niño de mamá, lo dice. Si los asuntos de los Kennedy son jodidamente interesantes, lo dice también. Si le gusta una muchacha, se lo espeta en la cara. Y mientras nosotros, en la sala, hartos a los quince minutos de escuchar al maldito Di Caprio, narrando la historia sin parar y diciendo todo lo que piensa minuto tras minuto. Y claro. Un se acuerda de The Artist y entonces ya es el súmmum. Y las butacas son tan cómodas que es mejor ponerse de esta forma, y llevo mucho tiempo sin fumar y me dan ganas de irme, y mira qué peinado tan cojonudo lleva la chica de la fila de atrás. Porque sí, lo reconozco. He mirado hacia atrás un par de veces.

J. Edgar2

Así que ya ven. Ahora entenderán cómo he empezado este artículo, y por qué. Aburrimiento. Cansancio. Hastío. Exactamente esa es la sensación que se le queda a uno después de ver la primera media hora de J. Edgar —imagínense el resto—. Poco más que decir. No creo que hayan llegado hasta aquí, pasando por encima de mi ventana, de mi habitación y de las cosas que hay en mi mesa. Pero si lo han hecho, enhorabuena. Y es que no quería quedarme sólo ante la desesperación de haber gastado el dinero en semejante peñazo. Ante la impotencia de comprobar cómo un gran cineasta está dando palos de ciego. Ya saben: mal de muchos, consuelo de tontos. Siento haberles aburrido hoy.

1 comentario:

C.R.F. dijo...

Jajajaja...¡un buen ejemplo vale más que mil palabras!