20/9/11

El rincón de Chechu: Bellas historias reales

Alguien me dijo una vez que lo más complicado del cine, lo más exigente para el autor, es conseguir el cambio radical en los ojos del espectador: hacerlo llorar en una escena, por ejemplo, y reír a carcajadas en la siguiente. Mezclar las emociones del que mira de tal forma, de un modo tan sutil pero tan duro, que no se dé cuenta de que, en medio de todo el torbellino melodramático de lo que está viendo, está viendo reflejada la propia vida porque la vida, a fin de cuentas, no es más que eso: una sucesión absurda y azarosa de dolores y alegrías.

A mí eso no suele ocurrirme; y si me ocurre, casi siempre es con el mismo. He llorado –ustedes conocen ya mi tendencia a la emoción- en muchas películas, y he reído –también mi gusto por la comedia- en otras. O me he sentido incómodo y descolocado, o me he quedado de piedra, o algún que otro director que más que cineasta es cirujano me ha hecho palidecer en el sofá mientras el mundo a mi alrededor se derrumbaba. Algo parecido a la experiencia que sufre uno cuando lee a Nietzsche: las gentes, las rutinas, la ciudad, se vuelven de pronto tan absurdas y mediocres que entran ganas de huir, de dar la vuelta y salir corriendo y no volver nunca más.

Pedro Almodovar 
Y ese autor que consigue hacerme llorar y reír, hacer que vea la vida –además no cualquier vida, sino la de esta España vulgar y ostentosa- metida directamente en la pantalla, es Pedro Almodóvar. No voy a decirles yo ahora quién es, a estas alturas, después de todo lo que ha logrado para él mismo y para el cine español; tampoco voy a repasar sus prometedores y turbios comienzos, ni voy a nombrarlo aquí, como se hace por todo el mundo, embajador del cine europeo. Voy a hacer tan sólo un pequeño repaso por sus mejores películas, e intentaré también de paso darle la atención que se merece porque, igual que en la vida, en el cine la envidia y la dentera son ley fundamental entre colegas y compañeros de gremio, y todos sabemos lo mal que se trata en España a los compadres que tienen talento, simplemente porque para los demás, desde el cómodo sillón de su casa o desde el anónimo ordenador en el que escriben, es imposible llegarles a la suela de los zapatos.

Poster MujeresLa primera cinta que recuerdo de Almodóvar es Mujeres al borde de un  ataque de nervios. Hace no mucho, cuando me perdía por las calles de la Gran Manzana y me temblaba el cuello de dolor por culpa de tanto mirar hacia arriba, descubrí en el teatro Belasco de Broadway el cartel de la película, que aunque estuviese en inglés guardaba esa rotulación y ese diseño asombrosos que caracterizan el cine del director manchego. No era un pase especial, ni era tampoco un ciclo de cine: era, sencillamente, su adaptación para el teatro. Y claro. En Broadway. Así que me quedé un ratito mirando el cartel. Froté mis párpados un par de veces. Volví a mirar. Y seguía allí. Y me volví un poco menos gruñón y me puse un poco más contento porque a fin de cuentas, en aquella América del fast food, sabían que en nuestro país no sólo hay toros. Sabían que, aparte de Todo sobre mi madre y el brutal guion de Hable con ella, había más: esa joya desternillante de la Maura y de Rossi de Palma, con esa iluminación imposible de los rojos y los azules, con esas hilarantes situaciones encadenadas y con ese toque femenino, psicológico, con esas ganas de mimar a la mujer que desborda Almodóvar en cada plano, con esa estética impecable y colorista que siempre pone al servicio de los personajes.

Carmen Maura 

Poster VolverPorque claro. Ahí está el resto. Él no sólo escribe historias rocambolescas y   naturales, graciosas, tristes, no sólo crea los personajes más ricos de todo el cine español. Él además coge todo esto y lo envuelve con arte. Lo plasma en la pantalla como quien saca una fotografía y la expone; y luego la gente lo ve y alucina por la sensación que transmite, por la belleza y la fuerza estética de lo que retrata. Recuerdo una calle mojada en Todo sobre mi madre, unas escaleras zigzagueando en líneas imposibles hacia arriba, un vestuario bizarro y colorido, espejo del corazón más profundo de la sexualidad tierna que se desprende en cada fotograma. Tengo en la mente grabada para siempre la camisa de Penélope Cruz en Volver, con esos cuadros chabacanos rojos y blancos contrastando el verde de la ramita que huele; el plano cenital que la muestra llorando en cama junto a su marido, mientras se oye cómo él se masturba a su lado porque ella no quiere hacer el amor; la forma en la que ella huele, por así decirlo, las esencias de su madre muerta mientras orina en el retrete; la mirada asquerosa y horrible del padrastro a la hija; la cara de Blanca Portillo y el patio interior de su casa; las escaleras oscuras; el blanco de las paredes; el pueblo; la tierra; el pasado; Volver.

Volver


Poster Hable con ellaPero nada más emocional, nada más genial y conmovedor que Hable con  ella. No en vano ganó el Oscar al mejor guion, y es que es, para mí, su obra maestra total, la mejor película que ha conseguido rodar jamás y, por supuesto, uno de los puntales artísticos españoles del siglo XXI. Dejando aparte la original, la perfecta historia –Rosario Flores de torera, Leonor Watling de bailarina en coma, Javier Cámara de enfermero encantador-, está la potencia visual de lo que cuenta. Sólo el comienzo, con los planos en movimiento del baile del teatro y el corte a las caras emocionadas de los dos protagonistas en el público, hace casi que lloremos. Luego están las imágenes del toreo y del ritual de vestirse para salir a la plaza, con las que consigue, gracias a la sensibilidad con la que están rodadas, convertir los toros en magia pura y arte sublimado, alejado del mundo, eterno. Y por último está Caetano Veloso cantando las palabras más emocionantes y contenidas de toda la historia del cine, en ese concierto privado lleno de gente sentada, observando cómo entona despacito, al son del contrabajo, Cucurrucucú Paloma, y cómo se va el protagonista porque llora y porque, igual que los espectadores, acaba con los pelos de punta. Escena esta última que tiene el honor, por cierto, de haber sido plagiada por Woody Allen en Vicky Cristina Barcelona con ridículo resultado.

Hable con ella 

Poster La piel que habito Otras películas suyas, también buenas pero no tanto, son La mala educación, Los abrazos rotos y esta última, La piel que habito. La de los sacerdotes tiene escenas impecables, como la del niño cantando Moon River delante de los curas en la comida, y tiene también una estructura temporal envidiable, que ya quisieran para sí muchos directores del antes-después, del aquí es pasado-aquí es flashback-aquí es sueño, que tan de moda están últimamente. Los abrazos rotos es, desgraciadamente, una película rota. No es mala la idea, ni es mala, faltaría más, la fotografía; pero sí están mal algunos actores y, lo más importante, sí está mal la historia. Y por último La piel que habito, que he ido a ver hace unos días al cine, cargado de esperanzas, y que me ha dejado más bien frío y con una sensación amarga en el paladar, de no saber si Almodóvar quiere que nos riamos del ridículo de algunas escenas, o quiere transgredir más y ser si cabe más original y se ha pasado. De todas formas, y a pesar de la historia absurdísima e idiota, y del tratamiento no del todo acertado que le da el director a esta adaptación de novela, creo que Antonio Banderas está más elegante, calculador e imponente que nunca, creo que Elena Anaya es una preciosidad en primeros planos, y creo que Alberto Iglesias es el mejor compositor español de bandas sonoras.

U133651_002 
Así que ya ven. Llorando y riendo he llegado hasta aquí una semana más. Y es que como dije al principio, el cine de este director tan nuestro y tan talentoso es así: como la vida misma. Como la suya, como la mía, como la de ustedes: llena de altibajos, de momentos felices y momentos desagradables, dolorosos, ridículos. La cuestión es que él sabe plasmarla en películas y es un artista de la imagen, y un creador de historias y personajes nato. Porque ya me dirán, si Almodóvar cogiera alguna historia de nuestra vida para sus películas. Sería igual que en la realidad, sería triste y aburrida, exagerada y tierna, alegre, ridícula. Pero sería todo esto y más porque sería más bella que nunca, sería arte, y porque además, a diferencia de la vida, el cine nunca termina.

2 comentarios:

Cristina dijo...

Totalmente de acuerdo.
Inolvidables dos cosas: los títulos de crédito (buenísimos los de LA MALA EDUCACIÓN), y determinadas escenas como la mujer en la moto con el pelo horizontal en MUJERES AL BORDE... y el taxi totalmente Kircth del taxista. ¡Inolvidable
Almodovar tiene mirada de artista.

xoanseca dijo...

Pueden gustarte más o menos sus películas, pero nuncan te dejan indiferente. Hay temas muy escabrosos que aborda con mucha naturalidad y honestidad y eso a veces resulta una losa muy grande para el gran público, acostumbrado a otro "pasto". Encontró en el cine el medio más completo para su talento creador. Es un artista genial en el sentido literal de la palabra. En sus películas todo está bajo su control, hasta el más mínimo detalle.Coincido con Cristina en destacar los títulos de crédito. Y los decorados. Y la música...